Al
contrario de lo que se pensaba hasta hace poco, ahora sabemos que
la
inteligencia se puede mejorar con la práctica. Las últimas
investigaciones han revelado que ejercitando nuestro potencial de
memoria y nuestra capacidad de concentración estaremos entrenando
también la inteligencia.
La respuesta es, por lo tanto, que si somos capaces de encontrar la
motivación
para aprender cosas nuevas, no solo estaremos trabajando ciertos
aspectos de nuestro cerebro, sino que nos convertiremos en personas más
inteligentes.
Los neurocientíficos llevan mucho tiempo tratando de averiguar cómo
funciona la memoria y cómo es posible que los humanos podamos almacenar
en nuestros cerebros los recuerdos de toda una vida. Si el cerebro es un
órgano flexible que está en continua remodelación, ¿cómo es posible que
nuestros recuerdos permanezcan y que a menudo podamos volver a ellos
casi instantáneamente?
Hasta hace algunos años se creía que la
memoria episódica (la relacionada con los sucesos que nos ocurren) se almacenaba exclusivamente en el
hipocampo.
Sin embargo, ahora se sabe que para almacenar los recuerdos durante
tiempo intervienen otras muchas áreas del cerebro y que la evocación de
un suceso concreto desencadena una cascada neuronal dispersa por todo el
cerebro, ya que lleva asociadas imágenes, sonidos y emociones, cada una
localizada en sitios diferentes.
Las últimas investigaciones sugieren que la memoria no es estática
sino que los recuerdos se pueden fortalecer, debilitar o incluso alterar
cada vez que los rememoramos, explicando así que la memoria sea tan
flexible y moldeable como el resto del cerebro. Las nuevas experiencias
hacen que se actualicen nuestros viejos recuerdos, funcionando como una
Wikipedia, más que como una vieja enciclopedia.
Por otra parte, existen
dos tipos de inteligencia, la «cristalizada»,
que se refiere a la utilización de las
habilidades intelectuales
existentes y conocimientos aprendidos, y
la inteligencia «fluida», que
se refiere a la capacidad de adquirir nuevos conceptos y de
relacionarlos entre sí para adaptarse a las nuevas situaciones; es
decir, la
capacidad para resolver problemas.
Ya se sabía que con el entrenamiento adecuado se puede mejorar la
inteligencia cristalizada ya que la práctica mejora el rendimiento de
casi cualquier tarea que los humanos podamos entablar, tanto si es
aprender a leer como a andar en bicicleta. Pero los últimos
descubrimientos han puesto de manifiesto que también la inteligencia
fluida, hasta hace poco considerada inmune al entrenamiento, puede ser
mejorada a través de la práctica de la memoria a corto plazo o
memoria de trabajo.
La memoria de trabajo es la encargada del recuerdo inmediato y
repetición de palabras, números y melodías, y de la información
espacial. Pero también es la responsable de nuestra capacidad para
manipular la información que almacenamos y para conectar unos datos con
otros.
Pues bien,
si entrenamos la memoria de trabajo y la capacidad de
concentración, la mejora en las habilidades cognitivas será notable y
esto ayudará a incrementar la capacidad para llevar a cabo tareas mas
complejas y resolver problemas, es decir, se desarrollará la
inteligencia fluida.
Todos estos datos reveladores indican que nuestro cerebro es mucho
más moldeable de lo que creíamos, que todo en él está conectado y que la
curiosidad y las ganas de aprender cosas nuevas en la vida, no sólo
aumentarán nuestra creatividad y nuestra capacidad de memoria sino que
nos harán más inteligentes.