FONT:http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=15836&sec=32, 06 de febrero de 2011 - número: 983
Acabo de conseguir, por esas magias de Amazon.com, un ejemplar de tercera o cuarta mano del rarísimo libro Investigaciones sobre los colores de Adrian Unger en su traducción inglesa. Pero tampoco en su lengua original resulta fácil encontrar esta obra, publicada en 1939, y cuya existencia yo desconocía hasta hace unos meses. Porque han tenido que pasar meses, casi un año, para que los expertos detectives librescos de Amazon.com rastrearan en las librerías de medio mundo hasta conseguir dar con el título solicitado, un ejemplar bastante desgastado que proviene de una librería de Hay-on-Wye y que perteneció a una tal Sally Dortfield que, por lo que dejan entrever sus subrayados y notas, no pasó en su lectura de la página 46.
Los fieles lectores de la Tortuga Celeste (raza, quizá, tan rara como la de los lémures o los atlantes) recordarán que hace un par de años comentamos en esta misma columna la obra más famosa de Adrian Unger, las Investigaciones sobre la mirada. El libro sobre los colores no es menos original. Su tesis es sencilla o, mejor dicho, puede explicarse de forma sencilla: que los distintos colores del espectro tienen una influencia directa sobre nuestro estado de ánimo y tienen además el efecto de estimular diversas áreas cerebrales.
Influencia fisiológica
El rojo, el amarillo, el azul, el dorado, el rosa, afirma Unger, no son un mero accidente, una mera característica de nuestra forma de percibir la realidad física. Los distintos colores tienen una influencia fisiológica directa en el funcionamiento de las glándulas del cuerpo, y su percepción es fundamental no solo para la salud del cuerpo, sino también para la sanidad mental. Las personas más felices y más inteligentes, afirma Unger, ven más colores y más brillantes. Una de las características de la depresión es, como suele decirse «verlo todo negro», del mismo modo que los enamorados «ven el mundo color de rosa». Unger afirma que dichas expresiones del lenguaje popular tienen un exacto correlato fisiológico. De acuerdo con el sistema de Unger, el rojo estimula las glándulas sexuales, el anaranjado el páncreas, el amarillo las glándulas suprarrenales, el verde y el rosa el timo, el azul turquesa las glándulas paratiroides y el tiroides, el azul añil la pituitaria, el dorado el hipotálamo y el violeta la glándula pineal.
Las explicaciones fisiológicas de Unger, sin duda, deben de estar pasadas de moda, y una revisión a la luz de los conocimientos modernos introduciría no pocas modificaciones. Es fácil constatar que Unger sigue en su explicación el orden de los colores del espectro, del rojo al violeta, pero también hay para él tonos «compuestos» y «complementarios» (el verde/rosa asociado con el timo, por ejemplo), así como «iris» asociados con ciertos plexos nerviosos como el solar y el cardíaco.
Hormonas «de placer»
De acuerdo con Unger, los seres humanos necesitan dos tipos de colores: los que provienen de los sentidos externos y los generados internamente por la actividad neuronal, tales como los colores recordados, los que vemos en los sueños y los que se producen en la superficie de los globos oculares con los ojos cerrados. Una de las funciones del arte, afirma Unger, es crear hermosos colores por medio de pinturas, ilustraciones, vitrales, tapices, poemas y novelas.
Así, gran parte de la fascinación que nos producen los poemas de Goethe, afirma, proviene de su familiaridad con el mundo de los colores. El estímulo de la percepción interna del color produce un estado de bienestar físico y estimula además la producción de hormonas «de placer». Este bienestar trae, además de claridad intelectual, ese sentimiento de exaltación que asociamos con el amor en sus dos variedades, el romántico, que Unger asocia al rojo y al rosa, y el «sublime», que tiene tres gradaciones, verde (a la naturaleza), azul (a la humanidad) y violeta (a la divinidad).
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