Las enseñanzas han de conectar con la vida e intereses de los alumnos
Si los niños son curiosos por naturaleza, ¿por qué muchos se pasan el día diciendo que aprender es aburrido? ¿Qué pasa en su cole? ¿Por qué tenemos la sensación de que muchas escuelas no motivan?
La desmotivación de los alumnos, su falta de interés por aprender, es objeto continuo de debate y reproches entre la comunidad educativa. Para algunos progenitores, la falta de motivación de los estudiantes es culpa de la escuela, que no se ha adaptado a los cambios sociales, y de los profesores, que se han quedado obsoletos, están deprimidos o estresados y no tienen autoridad. Para algunos profesores, los responsables son los padres porque no inculcan cultura del esfuerzo a sus vástagos y estos rechazan cualquier actividad que no les divierta o que exija esfuerzo.
PARTICIPACIÓN
Escuelas elitistas de principios del siglo XX, la escuela pública y laica de la Segunda República, la rigidez en el franquismo, la renovación pedagógica de la transición y los numerosos cambios en el currículum escolar de los últimos años. Detrás de todos estos modelos educativos existen experiencias personales, positivas y negativas.
¿Qué recuerda de la educación que se impartía en su escuela? Explique su historia y envíe sus fotos a participacion@lavanguardia.es
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Para no aburrir...
El educador estadounidense Horace Mann aseguraba que "el maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está tratando de forjar en un hierro frío". Y los especialistas en educación consultados apuntan una serie de cuestiones que contribuyen a alentar ese deseo.
Contenidos atractivos
Contenidos atractivos
Hay que llevar la vida real al aula y hacer ver a los alumnos la aplicación presente o futura de lo que estudian para evitar el aburrimiento. Ello exige, según muchos expertos, renovar los contenidos curriculares y adaptarlos a la nueva sociedad del conocimiento.
Actitud entusiasta
Para crear un clima estimulante en clase, es imprescindible que el docente esté motivado y se entusiasme con su trabajo. Si el profesor ya espera desmotivación por parte de sus alumnos, transmitirá ese mensaje con su lenguaje no verbal y no obtendrá una respuesta positiva de ellos. Conviene evaluar periódicamente las propias estrategias para ver qué conviene mejorar.
Nuevos métodos
Las nuevas tecnologías, los museos, las exposiciones, las empresas... Hay material suficientemente variado para hacer más atractivo el aprendizaje y promover la enseñanza práctica, más que teórica, pues la información está al alcance del alumno por muchas y muy distintas vías. Se puede trabajar en grupo, promover el aprendizaje por proyectos, simultanear varios aprendizajes en el aula de la mano de varios profesores, especializar aulas por materias... Se pueden combinar y adaptar las metodologías y los estilos de aprendizaje (pragmático, teórico, reflexivo, activo...) según el perfil de los alumnos de cada grupo; y fomentar la versatilidad y el dinamismo en función de las actividades que se van a realizar, recurriendo a los ejemplos de forma habitual.
Mejor comunicación
Los profesores deben saber hablar muy bien, modular su habla con cambios de tono y ritmo, utilizar un discurso jerarquizado y coherente y un lenguaje evocador, sugerente. También hay que favorecer la conversación con los alumnos, permitir que puedan preguntar y comentar para así conocer su situación, deseos y necesidades, y conectar mejor con ellos. Esa comunicación ha de servir también para valorar éxitos y fracasos, y para crear sentimiento de grupo, de modo que el alumno sienta el apoyo del profesor y de sus compañeros.
Compromiso familiar
"Dad al niño el deseo de aprender y cualquier método será bueno", decía Rosseau. Y las familias resultan decisivas a la hora de despertar ese deseo, tanto por la vía de inculcar interés por la actividad intelectual y alentar el esfuerzo, como de respaldar y enaltecer la tarea de la escuela y de los maestros.
Más medios
Contar con unas buenas instalaciones para hacer de las aulas un lugar agradable o impartir algunas clases al aire libre, y disponer de los medios suficientes para poner en marcha nuevos recursos didácticos, como la fotografía, el cine, internet o la pizarra digital, siempre estimula.
En uno y otro bando, y en otros ámbitos relacionados con la educación, hay quienes consideran que esto de la motivación es una falacia, porque los alumnos llegan a la escuela o al instituto queriendo que se les entretenga, como si fuera un circo, "y eso es engañarles, porque la escolarización es una obligación, aprender requiere esfuerzo, nadie puede hacerlo en lugar del alumno y éste es el único responsable de su fracaso", dicen. Hay, por tanto, versiones para todos los gustos. Pero, después de escuchar a psicólogos, pedagogos, maestros, estudiantes y padres reflexionar sobre el tema, parece claro que la motivación sí es importante para el éxito educativo, y que lo que ocurre en la escuela –y en cada aula concreta– año tras año tiene una influencia directa y determinante en la capacidad o incapacidad de los alumnos para la motivación y el esfuerzo. De ahí que, sin menospreciar la complejidad del tema ni esconder que hay muchos otros factores que influyen, como la familia, los cambios sociales, la tecnología o los siempre criticados medios de comunicación, hayamos puesto el foco de atención en qué pasa en las aulas para que muchos escolares se aburran y no consideren útil la escuela ni el esfuerzo de aprender.
Y en ese ámbito, los especialistas consultados coinciden –aunque con diferentes intensidades y matices– en que hay problemas de adaptación, de contenidos, de métodos, de estrategias e incluso de compromiso por parte de los profesores y también de las familias. "Muchos alumnos, aun sin ser plenamente conscientes, se desmotivan por falta de estímulos suficientes en el aula; en las programaciones no siempre se tienen en cuenta sus intereses, y el proceso educativo sigue más centrado en la enseñanza y el profesorado que en el aprendizaje y en el alumnado", opina Valentín Martínez-Otero, psicólogo, pedagogo y profesor en la facultad de Educación de la Universidad Complutense.
Pedro Rascón, presidente de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (Ceapa), cree que el problema estriba en que la sociedad ha cambiado mucho en los últimos años y esos cambios no se han trasladado a la escuela. Coincide con él Rafael Feito, profesor de Sociología de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid: "La escuela es una institución moderna, pero la sociedad ya es posmoderna; la escuela era una institución con un papel trascendental que llevaba el conocimiento a gentes y lugares que no tenían acceso a él, y ahora su relevancia es menor, porque los niños y niñas llegan a la escuela sabiendo ya muchas cosas, y vivir en la sociedad del conocimiento implica que hay muchas más instituciones educativas, desde Atapuerca hasta el CosmoCaixa, pasando por el ordenador o la televisión".
Y añade que todos estos cambios, sumados al de la escolarización obligatoria hasta los 16 años, han sido retos que la escuela y muchos docentes no han sabido asumir. "Cuando muchos de los actuales profesores comenzaron a trabajar, lo hacían en centros casi de élite, y ahora en esos centros se escolariza a todo el mundo; además, esos profesores que se incorporaron en la transición, que eran jóvenes y próximos a sus alumnos, que compartían con ellos la lucha por la democracia, ahora están al borde de la jubilación y a gran distancia generacional de los alumnos, y tienen un poco la sensación de que les han cambiado su contrato y condiciones de trabajo", dice Feito.
Martínez-Otero considera que la falta de motivación no es responsabilidad exclusiva del profesor o de la institución escolar (incluye entre los culpables a la televisión e internet, que han creado el "puer videns" o videoniño, acostumbrado a ver pero no a leer ni a pensar, y que ofrecen modelos de triunfo sin esfuerzo ni preparación), pero enfatiza que hay todo un sector docente instalado en el malestar, "cuando no en un estado depresivo, en un trastorno de ansiedad o en el estrés, siquiera sea por la inseguridad laboral en que se encuentran, por la sobrecarga e indefinición de tareas, por la falta de un sistema apropiado de evaluación del profesorado –cada vez más burocrático y deshumanizado–, por el desconcierto ante una legislación que no cuenta con ellos todo lo que debiera, porque se realizan demasiados experimentos pedagógicos, porque algunos padres renuncian a su labor educadora primera y principal, porque algunos escolares conocen sus derechos pero no sus deberes, porque los alumnos nacen y crecen en entornos crecientemente tecnificados muy expuestos a nuevos sabios virtuales que desplazan a los profesores en credibilidad, etcétera".
Lourdes Bazarra, profesora y formadora de profesores y equipos directivos de Arcix, cree que la sociedad exige demasiado a la escuela, más de lo que la institución y los profesores pueden hacer, y que eso ha provocado una ruptura con las familias que debe superarse. "La escuela tiene que reinventarse, pensar para qué sirve, y una de las respuestas ha de ser para que al alumno le guste aprender; porque se ha pasado de una escuela en la que el profesor era un sabio y lo que decía iba a misa, a una escuela al servicio de la sociedad, donde todo el mundo es experto en educación, y por eso muchos niños piensan que no vale la pena ir a la escuela", señala. El primer reto, en su opinión, es conseguir que la escuela seduzca, interese y provoque curiosidad. "Esto, que es excepcional, debería ser lo habitual; los alumnos deberían ir a clase pensando "a ver qué descubrimos hoy"; y eso se consigue implicándoles en su aprendizaje, porque si no, son espectadores y jueces", apunta la especialista de Arcix.
Y hay bastante unanimidad entre los especialistas consultados en que la implicación se logra conectando las enseñanzas con la vida de los niños, acercando los contenidos curriculares a sus intereses. "No es cuestión de que la clase sea un espacio circense donde el profesor tenga que hacer de todo –disfraces y tecnología incluidas– para captar la atención y motivar a sus alumnos, pero eso no implica que no haya que revisar los temarios y mirar qué necesitan a día de hoy saber los alumnos, porque el acceso a la información ya lo tienen, no necesitan más libros que la amplíen, pero sí necesitan pensamiento crítico y desarrollar las nuevas habilidades que requiere la sociedad del conocimiento", afirma Virginia García-Lago, profesora de Psicología de la Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid.
"La mayor parte del conocimiento tiene fecha de caducidad y no sabemos qué conocimientos, más allá de la alfabetización fundamental, serán precisos para cuando los escolares de hoy sean adultos; la escuela sigue pensando que los conocimientos académicos tradicionales son lo más importante, pero quizá necesiten aspectos menos intelectuales, como relaciones interpersonales, comunicación, introspección, pensamiento crítico, creatividad, innovación o imaginación", remarca el sociólogo Rafael Feito. Está convencido de que la falta de motivación responde a que lo que enseña la escuela está muy alejado de la realidad de los alumnos. "Hay colegios que sí resultan motivadores porque los niños eligen qué proyecto trabajarán cada trimestre; esos alumnos se entusiasman por el conocimiento porque aprenden cosas que les interesan", asegura.
Incluso quienes como Ricard Aymerich, presidente de la Confederación Estatal de Movimientos de Renovación Pedagógica, matizan la afirmación de que la escuela no motiva –"el problema es que exige trabajo"–, admiten que el gran reto de la enseñanza y de los docentes es que el alumno perciba que lo que se le plantea en clase tiene que ver con su vida, que le interesa. "Cuando en la escuela primaba la disciplina, los chavales no se planteaban si lo que les explicaban tenía que ver con ellos, pero ahora se lo plantean y lo pueden expresar, y el gran reto es adecuar la planificación y las actividades para dar respuesta a esas inquietudes, y hacer uso de los recursos del entorno más próximo de los alumnos para conectar más con su vida", reflexiona Aymerich. En ese marco, considera indispensables la incorporación de las pantallas y del lenguaje de imágenes a la escuela, y su dominio por parte del profesorado para poder dar una formación crítica.
Pedro Rascón, el presidente de la Ceapa, piensa que para que la escuela motive hacen falta más cambios de metodología que de contenidos. "Tenemos el currículum más denso de toda la Unión Europea, y hoy día no hace falta inculcar muchos conocimientos porque gran parte de ellos los puedes adquirir en cualquier momento; el papel del profesor ha cambiado, y más que transmitir conocimientos, que son universales y accesibles, debería enseñar a discernir, a saber qué hacer con toda esa información que pulula por ahí", declara. Por ello, Rascón incide en la necesidad de mejorar la formación del profesorado, "de dotarle de capacidad y herramientas para que lo que haga en el aula resulte motivador para el alumno".
José Escaño, orientador escolar del instituto Gabriel García Márquez de Madrid y coautor de Cinco hilos para tirar de la motivación y el esfuerzo (Horsori), considera demasiado superficial vincular la motivación a las estrategias o los ardides que tienen que llevar a cabo los maestros o los padres para que el alumno trabaje. "La motivación debería tener un carácter más permanente, no depender sólo de un tema atractivo o de un extraordinario profesor; tiene más sentido plantearla como un desarrollo de capacidades en el alumno", indica. Escaño está convencido de que la motivación por el trabajo escolar no es una disposición natural, sino que se aprende y, por tanto, ha de enseñarse: "Es una actividad que supone esfuerzo intelectual, que no se le da bien a todo el mundo, y que requiere tanto enseñar buenos motivos para trabajar como soportar el esfuerzo y hacerlo eficaz". Recuerda que el currículo educativo ya establece que hay que enseñar a motivarse y a desplegar un esfuerzo eficaz, aunque no todos los docentes impartan estas enseñanzas. "Los profesores, al mismo tiempo que enseñamos una materia, deberíamos enseñar estrategias para estudiarla y aprenderla", comenta. Y propone convertir el estudio en "deberes", con un cuaderno de estudio donde el profesor pueda mandar y controlar estrategias de aprendizaje.
Y en ese ámbito, los especialistas consultados coinciden –aunque con diferentes intensidades y matices– en que hay problemas de adaptación, de contenidos, de métodos, de estrategias e incluso de compromiso por parte de los profesores y también de las familias. "Muchos alumnos, aun sin ser plenamente conscientes, se desmotivan por falta de estímulos suficientes en el aula; en las programaciones no siempre se tienen en cuenta sus intereses, y el proceso educativo sigue más centrado en la enseñanza y el profesorado que en el aprendizaje y en el alumnado", opina Valentín Martínez-Otero, psicólogo, pedagogo y profesor en la facultad de Educación de la Universidad Complutense.
Pedro Rascón, presidente de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (Ceapa), cree que el problema estriba en que la sociedad ha cambiado mucho en los últimos años y esos cambios no se han trasladado a la escuela. Coincide con él Rafael Feito, profesor de Sociología de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid: "La escuela es una institución moderna, pero la sociedad ya es posmoderna; la escuela era una institución con un papel trascendental que llevaba el conocimiento a gentes y lugares que no tenían acceso a él, y ahora su relevancia es menor, porque los niños y niñas llegan a la escuela sabiendo ya muchas cosas, y vivir en la sociedad del conocimiento implica que hay muchas más instituciones educativas, desde Atapuerca hasta el CosmoCaixa, pasando por el ordenador o la televisión".
Y añade que todos estos cambios, sumados al de la escolarización obligatoria hasta los 16 años, han sido retos que la escuela y muchos docentes no han sabido asumir. "Cuando muchos de los actuales profesores comenzaron a trabajar, lo hacían en centros casi de élite, y ahora en esos centros se escolariza a todo el mundo; además, esos profesores que se incorporaron en la transición, que eran jóvenes y próximos a sus alumnos, que compartían con ellos la lucha por la democracia, ahora están al borde de la jubilación y a gran distancia generacional de los alumnos, y tienen un poco la sensación de que les han cambiado su contrato y condiciones de trabajo", dice Feito.
Martínez-Otero considera que la falta de motivación no es responsabilidad exclusiva del profesor o de la institución escolar (incluye entre los culpables a la televisión e internet, que han creado el "puer videns" o videoniño, acostumbrado a ver pero no a leer ni a pensar, y que ofrecen modelos de triunfo sin esfuerzo ni preparación), pero enfatiza que hay todo un sector docente instalado en el malestar, "cuando no en un estado depresivo, en un trastorno de ansiedad o en el estrés, siquiera sea por la inseguridad laboral en que se encuentran, por la sobrecarga e indefinición de tareas, por la falta de un sistema apropiado de evaluación del profesorado –cada vez más burocrático y deshumanizado–, por el desconcierto ante una legislación que no cuenta con ellos todo lo que debiera, porque se realizan demasiados experimentos pedagógicos, porque algunos padres renuncian a su labor educadora primera y principal, porque algunos escolares conocen sus derechos pero no sus deberes, porque los alumnos nacen y crecen en entornos crecientemente tecnificados muy expuestos a nuevos sabios virtuales que desplazan a los profesores en credibilidad, etcétera".
Lourdes Bazarra, profesora y formadora de profesores y equipos directivos de Arcix, cree que la sociedad exige demasiado a la escuela, más de lo que la institución y los profesores pueden hacer, y que eso ha provocado una ruptura con las familias que debe superarse. "La escuela tiene que reinventarse, pensar para qué sirve, y una de las respuestas ha de ser para que al alumno le guste aprender; porque se ha pasado de una escuela en la que el profesor era un sabio y lo que decía iba a misa, a una escuela al servicio de la sociedad, donde todo el mundo es experto en educación, y por eso muchos niños piensan que no vale la pena ir a la escuela", señala. El primer reto, en su opinión, es conseguir que la escuela seduzca, interese y provoque curiosidad. "Esto, que es excepcional, debería ser lo habitual; los alumnos deberían ir a clase pensando "a ver qué descubrimos hoy"; y eso se consigue implicándoles en su aprendizaje, porque si no, son espectadores y jueces", apunta la especialista de Arcix.
Y hay bastante unanimidad entre los especialistas consultados en que la implicación se logra conectando las enseñanzas con la vida de los niños, acercando los contenidos curriculares a sus intereses. "No es cuestión de que la clase sea un espacio circense donde el profesor tenga que hacer de todo –disfraces y tecnología incluidas– para captar la atención y motivar a sus alumnos, pero eso no implica que no haya que revisar los temarios y mirar qué necesitan a día de hoy saber los alumnos, porque el acceso a la información ya lo tienen, no necesitan más libros que la amplíen, pero sí necesitan pensamiento crítico y desarrollar las nuevas habilidades que requiere la sociedad del conocimiento", afirma Virginia García-Lago, profesora de Psicología de la Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid.
"La mayor parte del conocimiento tiene fecha de caducidad y no sabemos qué conocimientos, más allá de la alfabetización fundamental, serán precisos para cuando los escolares de hoy sean adultos; la escuela sigue pensando que los conocimientos académicos tradicionales son lo más importante, pero quizá necesiten aspectos menos intelectuales, como relaciones interpersonales, comunicación, introspección, pensamiento crítico, creatividad, innovación o imaginación", remarca el sociólogo Rafael Feito. Está convencido de que la falta de motivación responde a que lo que enseña la escuela está muy alejado de la realidad de los alumnos. "Hay colegios que sí resultan motivadores porque los niños eligen qué proyecto trabajarán cada trimestre; esos alumnos se entusiasman por el conocimiento porque aprenden cosas que les interesan", asegura.
Incluso quienes como Ricard Aymerich, presidente de la Confederación Estatal de Movimientos de Renovación Pedagógica, matizan la afirmación de que la escuela no motiva –"el problema es que exige trabajo"–, admiten que el gran reto de la enseñanza y de los docentes es que el alumno perciba que lo que se le plantea en clase tiene que ver con su vida, que le interesa. "Cuando en la escuela primaba la disciplina, los chavales no se planteaban si lo que les explicaban tenía que ver con ellos, pero ahora se lo plantean y lo pueden expresar, y el gran reto es adecuar la planificación y las actividades para dar respuesta a esas inquietudes, y hacer uso de los recursos del entorno más próximo de los alumnos para conectar más con su vida", reflexiona Aymerich. En ese marco, considera indispensables la incorporación de las pantallas y del lenguaje de imágenes a la escuela, y su dominio por parte del profesorado para poder dar una formación crítica.
Pedro Rascón, el presidente de la Ceapa, piensa que para que la escuela motive hacen falta más cambios de metodología que de contenidos. "Tenemos el currículum más denso de toda la Unión Europea, y hoy día no hace falta inculcar muchos conocimientos porque gran parte de ellos los puedes adquirir en cualquier momento; el papel del profesor ha cambiado, y más que transmitir conocimientos, que son universales y accesibles, debería enseñar a discernir, a saber qué hacer con toda esa información que pulula por ahí", declara. Por ello, Rascón incide en la necesidad de mejorar la formación del profesorado, "de dotarle de capacidad y herramientas para que lo que haga en el aula resulte motivador para el alumno".
José Escaño, orientador escolar del instituto Gabriel García Márquez de Madrid y coautor de Cinco hilos para tirar de la motivación y el esfuerzo (Horsori), considera demasiado superficial vincular la motivación a las estrategias o los ardides que tienen que llevar a cabo los maestros o los padres para que el alumno trabaje. "La motivación debería tener un carácter más permanente, no depender sólo de un tema atractivo o de un extraordinario profesor; tiene más sentido plantearla como un desarrollo de capacidades en el alumno", indica. Escaño está convencido de que la motivación por el trabajo escolar no es una disposición natural, sino que se aprende y, por tanto, ha de enseñarse: "Es una actividad que supone esfuerzo intelectual, que no se le da bien a todo el mundo, y que requiere tanto enseñar buenos motivos para trabajar como soportar el esfuerzo y hacerlo eficaz". Recuerda que el currículo educativo ya establece que hay que enseñar a motivarse y a desplegar un esfuerzo eficaz, aunque no todos los docentes impartan estas enseñanzas. "Los profesores, al mismo tiempo que enseñamos una materia, deberíamos enseñar estrategias para estudiarla y aprenderla", comenta. Y propone convertir el estudio en "deberes", con un cuaderno de estudio donde el profesor pueda mandar y controlar estrategias de aprendizaje.
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