Los voluntarios de un estudio del Instituto Karolinska llegaron a 'transportarse' a una Barbie
¿Qué pensaría usted si alguien le dijese que puede sacarle de su propio cuerpo y trasladarle al de una muñeca Barbie? Desde luego no se lo tomaría en serio, y creería que se trata de algún truco o juego de magia. Pues ya puede empezar a pensar de otro modo porque, por increíble que le parezca, eso es lo que son capaces de conseguir un grupo de neurocientíficos del instituto Karolinska de Estocolmo. Sin drogas ni manipulaciones perjudiciales para el organismo, han demostrado que cualquiera de nosotros puede sentirse ubicado en un cuerpo, natural o artificial, diferente al suyo propio.
El asunto es más alucinante porque la percepción que tenemos de estar ubicados en nuestro propio cuerpo es tan poderosa que rara vez nos planteamos cómo es eso posible. Esa percepción es extraordinariamente coherente en relación con el mundo en el que vivimos. Cuando nos desplazamos de un lugar a otro nuestra mente viaja con nuestro cuerpo, encerrada en él, como su prisionera permanente, eterna. Los movimientos y disposiciones de nuestro cuerpo y sus partes sintonizan bien entre ellas y en relación con los objetos del mundo. Alargamos el brazo y la mano que sentimos como propios para coger una fruta del frutero o los retiramos convenientemente de un lugar donde pudieran sufrir algún daño. No concebimos como natural el que nuestra mente pudiera sentirse en un sitio diferente al de nuestro cuerpo, es decir fuera de él. Pero lo cierto es que la percepción que tenemos de nosotros mismos y nuestro cuerpo la crea el cerebro y eso debe de hacerlo de algún modo por el que los científicos se han preguntado.
En el Instituto Karolinska, Henrik Ehrsson y otros investigadores lo han descubierto. Cuidadosos e inteligentes experimentos con personas y objetos como maniquíes y muñecos han puesto de manifiesto que el cerebro crea la percepción de ubicación en nuestro cuerpo y sus límites combinando los diferentes estímulos sensoriales que recibimos, particularmente los visuales y somáticos, y estableciendo una relación sincrónica y coherente entre ellos. Modificando artificialmente esos estímulos en el laboratorio los científicos han demostrado que cualquier persona puede trocar la ilusión de pertenecer a su propio cuerpo por la de estar ubicado en otro diferente, sea natural o artificial.
Su dispositivo consiste en unos visores que permiten que el sujeto experimental visualice imágenes distantes de él mismo tomadas con cámaras de video. El experimentador, durante unos 4 minutos, va tocando el pecho del sujeto con un pequeño bastón de plástico y simultáneamente con otro bastón hace el simulacro de tocar el pecho virtual que el sujeto está viendo a través de los visores.
En esas circunstancias la mente cambia y el sujeto se percibe a sí mismo en la distancia, más allá de donde realmente está su cuerpo, es decir, se percibe tal como lo capta en ese momento la cámara de video situada tras él. Vive sin vivir en él, podríamos decir, parafraseando a santa Teresa.
Pero la experiencia es aún más impresionante, pues cuando el experimentador hace el simulacro de golpear con un martillo el cuerpo virtual, el sujeto siente el mismo miedo que cuando la amenaza se cierne sobre su cuerpo real.
Recientemente, Ehrsson ha ido más lejos al conseguir mediante procedimientos similares que la mente del sujeto experimental se sienta trasladada al cuerpo de otra persona, al de una pequeña muñeca Barbie, o al de un maniquí gigante. La ilusión se parece tanto a la realidad que cuando los participantes en el experimento sintieron el pequeño cuerpo de la muñeca como el suyo propio percibían los objetos circundantes como más grandes y lejanos, es decir, sentían como gigantes los dedos o el lápiz que tocaba las piernas de la muñeca, en esa situación percibidas como las suyas propias.
Algunos participantes ni siquiera se dieron cuenta del extremadamente pequeño tamaño del cuerpo de la muñeca y lo único que al parecer sintieron fue estar localizados en un mundo de gigantes. Eso significa que el tamaño que percibimos de nuestro propio cuerpo nos sirve de referencia métrica para evaluar el tamaño y las distancias de nuestro entorno, y explica también la común experiencia de sentir como más pequeños de lo que recordamos los lugares y objetos de nuestra infancia cuando los volvemos a visitar de mayores, es decir, con un cuerpo de mayor tamaño.
Aparte de su interés científico, estos experimentos pueden permitir el desarrollo de técnicas para facilitar la asimilación de prótesis en personas que hayan sufrido amputaciones, o para conocer la perspectiva del mundo desde agentes virtuales o reales. De ese modo, un cirujano puede mejorar su rendimiento sintiendo la ilusión de estar ubicado en un microrobot que practica la cirugía en el cuerpo de un paciente, un policía desactivaría más fácilmente una bomba sintiéndose ubicado en el robot que lo hace, y un ingeniero haría lo propio sintiéndose ubicado en el robot que trata de hacer las reparaciones necesarias en zonas radiactivas o peligrosas tras accidentes nucleares o desastres ecológicos. Tales ilusiones perceptivas podrían ayudar a mejorar el control y la eficacia de dichos trabajos, superando en ello a los controladores remotos clásicos.
La ciencia del cerebro no deja pues de sorprendernos.
Ignacio Morgado Bernal es catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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