José Manuel Sánchez Ron EL PAÍS 14 JUL 2012
Antes que nada somos nuestro cerebro y la mente que él crea. Sólo lo
que ellos son capaces de percibir o conocer no nos es ajeno. Por esa
razón, si fuera posible trasplantar el cerebro de un cuerpo a otro, lo
que en realidad estaríamos haciendo no sería un trasplante de cerebro,
sino un trasplante de cuerpo. Un análisis científico y riguroso de la
naturaleza humana debe entonces empezar por evitar el lenguaje dualista,
el que considera que la persona o su mente son algo independiente de su
cerebro”. La anterior cita procede del libro del catedrático de
Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona Ignacio Morgado Cómo percibimos el mundo,
y da idea del espíritu que mayoritariamente dirige los esfuerzos por
comprender qué es y cómo actúa nuestro órgano más querido, el cerebro.
Podemos continuar viviendo sin más, que el corazón continúe latiendo y seamos capaces de respirar, pero para tener conciencia de nosotros mismos y relacionarnos con otros y con el mundo exterior necesitamos un cerebro que funcione más o menos correctamente. De ahí no que sea nuestro órgano más querido, sino que sin él, en realidad, no somos nada, o mejor, nada más que materia, aunque sea materia organizada. Desde esta perspectiva, no es sorprendente que los científicos que se dedican a estudiar el cerebro, los neurocientíficos, se estén planteando cuestiones que van más allá de las que en un tiempo no lejano dominaban su profesión, cuestiones de las que da buena idea el libro de Douwe Draaisma Dr. Alzheimer, supongo, en el que presenta las aportaciones de 11 científicos que se distinguieron en la investigación de los trastornos de la mente. Si antes lo fundamental era centrarse en el estudio de las conexiones entre el enorme número de neuronas que forman el cerebro, así como en identificar las regiones de éste asociadas a características definidas (habla, sociabilidad, capacidad musical, emociones, razonamiento lógico, procesamiento de información visual, habilidad matemática, etcétera), ahora cada vez son más tratadas cuestiones como la de entender qué es la felicidad en base neurológica, que Francisco Mora, catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense, aborda en ¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad? Entre los atractivos de pretender entender la felicidad desde las neurociencias está el que conduce a preguntas como las que se hace el profesor Mora: “¿Pueden los animales sentir felicidad? ¿Es lo mismo la felicidad en el niño que la felicidad en el anciano?”.
El cerebro es un pozo oscuro que esconde innumerables sorpresas. El libro de Ignacio Morgado repasa algunas, las más obvias y, en consecuencia, también las que nos son más cercanas. Menos evidente, o, si se prefiere, más original es lo que, con la colaboración de la escritora y periodista Sandra Blakeslee, hacen en Los engaños de la mente Stephen Macknik y Susana Martínez Conde, dos miembros del Instituto Neurológico Barrow de Phoenix que además pertenecen a varias organizaciones de magos: explicar los trucos de magia que tanto nos asombran recurriendo a las neurociencias. Es este el primer libro que se ha escrito sobre la neurociencia de la magia, y al leerlo me hice la pregunta: ¿cómo es que no se pensó antes que la magia constituye un magnífico banco de pruebas para estudiar cómo percibe nuestro cerebro? Probablemente, por la renuencia de los investigadores a salir de sus laboratorios, a abandonar las tradiciones, los problemas canónicos que han configurado sus disciplinas desde tiempo atrás. Sucede, no obstante, que aunque por su constitución biológico-molecular el cerebro deba ser estudiado de entrada de forma parecida a como se investigan otros fenómenos naturales, sus productos (pensamientos, emociones) interaccionan con lo que hay fuera de él, dando lugar a intensas retroalimentaciones, de manera que, a la postre, no es posible entender el cerebro y sus funciones únicamente “desde dentro”. Detrás de este hecho, tan evidente como complejo, se halla la dificultad de producir robots u ordenadores inteligentes, autómatas mecánicos que se comporten como nosotros, una cuestión esta que, dentro de un contexto más amplio y adoptando el enfoque propio de la complejidad, aborda Ricard Solé en Vidas sintéticas.
Es preciso ser cuidadoso en lo que se refiere a pensar que finalmente todo, incluyendo mundos como los de la economía, la justicia, la ética o la libertad, se reducirá a consecuencias de la actividad neuronal. Este es, precisamente, el asunto del que trata El mito del cerebro creador, del catedrático de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad de Oviedo Marino Pérez Álvarez, en el que “pretende esclarecer la tendencia cerebrocéntrica que domina no ya la neurociencia, sino las ciencias sociales, las humanidades, la filosofía y la cultura mundana”. Es evidente que obras como la de Pérez Álvarez no pertenecen propiamente al campo de las neurociencias en sentido estricto, lo que, por supuesto, no significa que no sean relevantes en el estudio y la comprensión del cerebro y sus funciones mentales.
Otro libro de este tipo es el de Rafael Huertas, profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Su Historia cultural de la psiquiatría propone entender la locura, un funcionamiento anómalo del cerebro, otorgando un papel destacado a la historia, entendida como un punto de encuentro entre filosofía, sociología, cultura y psicología. En más de un sentido esto es también lo que sucede con La inteligencia ejecutiva, una nueva entrega del ambicioso proyecto en el que lleva empeñado —con gran éxito— el filósofo y educador José Antonio Marina. “Durante siglos”, escribe, “se pensó que la función principal de la inteligencia era conocer. Fue la época dorada de la INTELIGENCIA COGNITIVA. Después se reconoció la importancia de la INTELIGENCIA EMOCIONAL (…). Muchos síntomas parecen anunciar que estamos en el comienzo de una nueva etapa, que aprovecha todo lo anterior situándolo en un marco teórico más amplio y potente. Desde múltiples campos de investigación emerge la idea de la INTELIGENCIA EJECUTIVA, que organiza todas las demás y tiene como gran objetivo DIRIGIR BIEN LA ACCIÓN (mental o física), aprovechando nuestros conocimientos y nuestras emociones”. Y a desarrollar esta idea dedica, con su habitual estilo, claridad y poder de convicción, su nuevo libro. Aunque menos ambiciosa, que no menos interesante, que la de Marina, otra obra que busca cumplir funciones “prácticas” al igual que de comprensión es el ensayo de Joshua Foer Los desafíos de la memoria. Somos perfectamente conscientes, ay, de que olvidamos muchas cosas, con los problemas que esto conlleva. ¿Por qué olvidamos? ¿Es posible combatir el olvido? Ayudándose de entrevistas a personas de distinto tipo, como neurocientíficos, jugadores de ajedrez o amnésicos, Foer explica no sólo por qué olvidamos, por qué olvida nuestro cerebro, sino también cómo se puede mejorar nuestra capacidad de recordar. Un detalle significativo del libro de Foer es que en él únicamente se menciona en dos ocasiones a Sigmund Freud, el iniciador de la indagación del olvido consciente. En la primera de esas citas se señala que Freud fue el primero en reparar en que los recuerdos más antiguos a menudo se recuerdan como si los hubiera captado una tercera persona, mientras que en la segunda, y a propósito de las fantasías sexuales de la infancia, Foer afirma, de manera escueta, que no está seguro de “que haya demasiados psicólogos que sigan respaldando esa interpretación”. No se equivoca con esta manifestación: las ideas de Freud ya no ejercen la influencia que tuvieron en otras épocas, y eso a pesar de que fue el principal responsable de convertir en un problema científico el hecho de que una buena parte de la información sensorial procesada no llegue nunca a hacerse consciente, aunque el cerebro pueda utilizarla de modo inconsciente para guiar comportamientos y hábitos motores y reflejos. Aunque para algunos —que crecimos leyendo, fascinados, los libros del maestro de Viena— sea doloroso, es justo reconocer esa pérdida de influencia, porque Freud suplió lo que en su tiempo, y en alguna medida aún ahora, la ciencia del cerebro no podía ofrecerle, con unos modelos teóricos que justifican el que hoy se dude si más que un científico debemos considerarlo un imaginativo y arrebatadoramente convincente escritor, que no dudó en ocasiones en mentir para sostener el edificio que había construido. Revolución en mente, de George Makari, describe, con una intensidad y extensión admirables, la creación del psicoanálisis, considerada como “la historia de un grupo de médicos, filósofos, científicos y escritores que trataron de comprender la cosa más efímera y, sin embargo, enloquecedoramente obvia: la mente”.
Como es bien sabido, en la historia temprana del psicoanálisis intervinieron de manera destacada otros personajes además de Freud. Uno de ellos, de los más notables, fue Carl Gustav Jung, que, sin embargo, terminó abandonando el enfoque freudiano para fundar su propia psicología dinámica. La Correspondencia entre Freud y Jung que acaba de publicar Trotta, en una rigurosa edición, cubre las epístolas que ambos se intercambiaron entre abril de 1906 y abril de 1914. Independientemente de lo que se piense de las ideas que sostuvieron, de lo que no hay duda es de que fueron dos grandes intelectuales y escritores cuyos razonamientos e intereses, tal y como aparecen en estas cartas, merecen ser conocidos y considerados.
Investigaciones sobre la mente
Cómo percibimos el mundo. Ignacio Morgado. Ariel. Barcelona, 2012. 219 páginas. 17 euros (electrónico: 11,99). Dr. Alzheimer, supongo. Douwe Draaisma. Traducción de Nathalie Schwan. Ariel. Barcelona, 2012. 397 páginas. 22 euros (electrónico: 15,99). ¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad? Francisco Mora. Alianza Editorial. Madrid, 2012. 211 páginas. 14 euros. Los engaños de la mente. Stephen L. Macknik y Susana Martínez-Conde con Sandra Blakeslee. Traducción de Carlos Lagarriga. Destino. Barcelona, 2012. 395 páginas. 20,50 euros (electrónico: 13,99). Vidas sintéticas. Ricard Solé. Tusquets. Barcelona, 2012. 331 páginas. 20 euros. El mito del cerebro creador. Marino Pérez Álvarez. Alianza Editorial. Madrid, 2011. 240 páginas. 19,60 euros. Historia cultural de la psiquiatría. Rafael Huertas. Los Libros de la Catarata. Madrid, 2012. 224 páginas. 20 euros. La inteligencia ejecutiva. José Antonio Marina. Ariel. Barcelona, 2012. 186 páginas. 16 euros (electrónico: 11,99). Los desafíos de la memoria. Joshua Foer. Traducción de María José Díez Pérez. Seix Barral. Barcelona, 2012. 363 páginas. 19,50 euros (electrónico: 13,99). Revolución en mente. La creación del psicoanálisis. George Makari. Traducción de Daniela Marábito Rojas. Sexto Piso. Madrid, 2012. 832 páginas. 34 euros. Correspondencia Sigmund Freud-Carl Gustav Jung. Edición de William McGuire y Wolfgang Sauerländer. Traducción de Alfredo Guéra Miralles. Trotta. Madrid, 2012. 613 páginas. 30 euros.
Podemos continuar viviendo sin más, que el corazón continúe latiendo y seamos capaces de respirar, pero para tener conciencia de nosotros mismos y relacionarnos con otros y con el mundo exterior necesitamos un cerebro que funcione más o menos correctamente. De ahí no que sea nuestro órgano más querido, sino que sin él, en realidad, no somos nada, o mejor, nada más que materia, aunque sea materia organizada. Desde esta perspectiva, no es sorprendente que los científicos que se dedican a estudiar el cerebro, los neurocientíficos, se estén planteando cuestiones que van más allá de las que en un tiempo no lejano dominaban su profesión, cuestiones de las que da buena idea el libro de Douwe Draaisma Dr. Alzheimer, supongo, en el que presenta las aportaciones de 11 científicos que se distinguieron en la investigación de los trastornos de la mente. Si antes lo fundamental era centrarse en el estudio de las conexiones entre el enorme número de neuronas que forman el cerebro, así como en identificar las regiones de éste asociadas a características definidas (habla, sociabilidad, capacidad musical, emociones, razonamiento lógico, procesamiento de información visual, habilidad matemática, etcétera), ahora cada vez son más tratadas cuestiones como la de entender qué es la felicidad en base neurológica, que Francisco Mora, catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense, aborda en ¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad? Entre los atractivos de pretender entender la felicidad desde las neurociencias está el que conduce a preguntas como las que se hace el profesor Mora: “¿Pueden los animales sentir felicidad? ¿Es lo mismo la felicidad en el niño que la felicidad en el anciano?”.
El cerebro es un pozo oscuro que esconde innumerables sorpresas. El libro de Ignacio Morgado repasa algunas, las más obvias y, en consecuencia, también las que nos son más cercanas. Menos evidente, o, si se prefiere, más original es lo que, con la colaboración de la escritora y periodista Sandra Blakeslee, hacen en Los engaños de la mente Stephen Macknik y Susana Martínez Conde, dos miembros del Instituto Neurológico Barrow de Phoenix que además pertenecen a varias organizaciones de magos: explicar los trucos de magia que tanto nos asombran recurriendo a las neurociencias. Es este el primer libro que se ha escrito sobre la neurociencia de la magia, y al leerlo me hice la pregunta: ¿cómo es que no se pensó antes que la magia constituye un magnífico banco de pruebas para estudiar cómo percibe nuestro cerebro? Probablemente, por la renuencia de los investigadores a salir de sus laboratorios, a abandonar las tradiciones, los problemas canónicos que han configurado sus disciplinas desde tiempo atrás. Sucede, no obstante, que aunque por su constitución biológico-molecular el cerebro deba ser estudiado de entrada de forma parecida a como se investigan otros fenómenos naturales, sus productos (pensamientos, emociones) interaccionan con lo que hay fuera de él, dando lugar a intensas retroalimentaciones, de manera que, a la postre, no es posible entender el cerebro y sus funciones únicamente “desde dentro”. Detrás de este hecho, tan evidente como complejo, se halla la dificultad de producir robots u ordenadores inteligentes, autómatas mecánicos que se comporten como nosotros, una cuestión esta que, dentro de un contexto más amplio y adoptando el enfoque propio de la complejidad, aborda Ricard Solé en Vidas sintéticas.
Es preciso ser cuidadoso en lo que se refiere a pensar que finalmente todo, incluyendo mundos como los de la economía, la justicia, la ética o la libertad, se reducirá a consecuencias de la actividad neuronal. Este es, precisamente, el asunto del que trata El mito del cerebro creador, del catedrático de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad de Oviedo Marino Pérez Álvarez, en el que “pretende esclarecer la tendencia cerebrocéntrica que domina no ya la neurociencia, sino las ciencias sociales, las humanidades, la filosofía y la cultura mundana”. Es evidente que obras como la de Pérez Álvarez no pertenecen propiamente al campo de las neurociencias en sentido estricto, lo que, por supuesto, no significa que no sean relevantes en el estudio y la comprensión del cerebro y sus funciones mentales.
Otro libro de este tipo es el de Rafael Huertas, profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Su Historia cultural de la psiquiatría propone entender la locura, un funcionamiento anómalo del cerebro, otorgando un papel destacado a la historia, entendida como un punto de encuentro entre filosofía, sociología, cultura y psicología. En más de un sentido esto es también lo que sucede con La inteligencia ejecutiva, una nueva entrega del ambicioso proyecto en el que lleva empeñado —con gran éxito— el filósofo y educador José Antonio Marina. “Durante siglos”, escribe, “se pensó que la función principal de la inteligencia era conocer. Fue la época dorada de la INTELIGENCIA COGNITIVA. Después se reconoció la importancia de la INTELIGENCIA EMOCIONAL (…). Muchos síntomas parecen anunciar que estamos en el comienzo de una nueva etapa, que aprovecha todo lo anterior situándolo en un marco teórico más amplio y potente. Desde múltiples campos de investigación emerge la idea de la INTELIGENCIA EJECUTIVA, que organiza todas las demás y tiene como gran objetivo DIRIGIR BIEN LA ACCIÓN (mental o física), aprovechando nuestros conocimientos y nuestras emociones”. Y a desarrollar esta idea dedica, con su habitual estilo, claridad y poder de convicción, su nuevo libro. Aunque menos ambiciosa, que no menos interesante, que la de Marina, otra obra que busca cumplir funciones “prácticas” al igual que de comprensión es el ensayo de Joshua Foer Los desafíos de la memoria. Somos perfectamente conscientes, ay, de que olvidamos muchas cosas, con los problemas que esto conlleva. ¿Por qué olvidamos? ¿Es posible combatir el olvido? Ayudándose de entrevistas a personas de distinto tipo, como neurocientíficos, jugadores de ajedrez o amnésicos, Foer explica no sólo por qué olvidamos, por qué olvida nuestro cerebro, sino también cómo se puede mejorar nuestra capacidad de recordar. Un detalle significativo del libro de Foer es que en él únicamente se menciona en dos ocasiones a Sigmund Freud, el iniciador de la indagación del olvido consciente. En la primera de esas citas se señala que Freud fue el primero en reparar en que los recuerdos más antiguos a menudo se recuerdan como si los hubiera captado una tercera persona, mientras que en la segunda, y a propósito de las fantasías sexuales de la infancia, Foer afirma, de manera escueta, que no está seguro de “que haya demasiados psicólogos que sigan respaldando esa interpretación”. No se equivoca con esta manifestación: las ideas de Freud ya no ejercen la influencia que tuvieron en otras épocas, y eso a pesar de que fue el principal responsable de convertir en un problema científico el hecho de que una buena parte de la información sensorial procesada no llegue nunca a hacerse consciente, aunque el cerebro pueda utilizarla de modo inconsciente para guiar comportamientos y hábitos motores y reflejos. Aunque para algunos —que crecimos leyendo, fascinados, los libros del maestro de Viena— sea doloroso, es justo reconocer esa pérdida de influencia, porque Freud suplió lo que en su tiempo, y en alguna medida aún ahora, la ciencia del cerebro no podía ofrecerle, con unos modelos teóricos que justifican el que hoy se dude si más que un científico debemos considerarlo un imaginativo y arrebatadoramente convincente escritor, que no dudó en ocasiones en mentir para sostener el edificio que había construido. Revolución en mente, de George Makari, describe, con una intensidad y extensión admirables, la creación del psicoanálisis, considerada como “la historia de un grupo de médicos, filósofos, científicos y escritores que trataron de comprender la cosa más efímera y, sin embargo, enloquecedoramente obvia: la mente”.
Como es bien sabido, en la historia temprana del psicoanálisis intervinieron de manera destacada otros personajes además de Freud. Uno de ellos, de los más notables, fue Carl Gustav Jung, que, sin embargo, terminó abandonando el enfoque freudiano para fundar su propia psicología dinámica. La Correspondencia entre Freud y Jung que acaba de publicar Trotta, en una rigurosa edición, cubre las epístolas que ambos se intercambiaron entre abril de 1906 y abril de 1914. Independientemente de lo que se piense de las ideas que sostuvieron, de lo que no hay duda es de que fueron dos grandes intelectuales y escritores cuyos razonamientos e intereses, tal y como aparecen en estas cartas, merecen ser conocidos y considerados.
Investigaciones sobre la mente
Cómo percibimos el mundo. Ignacio Morgado. Ariel. Barcelona, 2012. 219 páginas. 17 euros (electrónico: 11,99). Dr. Alzheimer, supongo. Douwe Draaisma. Traducción de Nathalie Schwan. Ariel. Barcelona, 2012. 397 páginas. 22 euros (electrónico: 15,99). ¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad? Francisco Mora. Alianza Editorial. Madrid, 2012. 211 páginas. 14 euros. Los engaños de la mente. Stephen L. Macknik y Susana Martínez-Conde con Sandra Blakeslee. Traducción de Carlos Lagarriga. Destino. Barcelona, 2012. 395 páginas. 20,50 euros (electrónico: 13,99). Vidas sintéticas. Ricard Solé. Tusquets. Barcelona, 2012. 331 páginas. 20 euros. El mito del cerebro creador. Marino Pérez Álvarez. Alianza Editorial. Madrid, 2011. 240 páginas. 19,60 euros. Historia cultural de la psiquiatría. Rafael Huertas. Los Libros de la Catarata. Madrid, 2012. 224 páginas. 20 euros. La inteligencia ejecutiva. José Antonio Marina. Ariel. Barcelona, 2012. 186 páginas. 16 euros (electrónico: 11,99). Los desafíos de la memoria. Joshua Foer. Traducción de María José Díez Pérez. Seix Barral. Barcelona, 2012. 363 páginas. 19,50 euros (electrónico: 13,99). Revolución en mente. La creación del psicoanálisis. George Makari. Traducción de Daniela Marábito Rojas. Sexto Piso. Madrid, 2012. 832 páginas. 34 euros. Correspondencia Sigmund Freud-Carl Gustav Jung. Edición de William McGuire y Wolfgang Sauerländer. Traducción de Alfredo Guéra Miralles. Trotta. Madrid, 2012. 613 páginas. 30 euros.
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