martes, 17 de agosto de 2010

Autoridad Perdida

La Vanguardia. Sábado 10 de Abril, Tendencias

¿Por qué aumentan las agresiones a docentes y médicos?

JOSÉ R. UBIETO - Psicólogo clínico y psicoanalista

Las recientes noticias de agresiones a maestros y médicos forman parte de una tendencia que va claramente en aumento. Prueba de ello es que la violencia dirigida a los profesionales de los cuidados ocupa ya un lugar en los temas habituales de los congresos educativos y sanitarios.

Hay razones generales y particulares. Las generales tienen que ver con lo que el sociólogo François Dubet ha calificado como el declive del modelo institucional que instauró la modernidad, que pasaba por la relación privilegiada entre el alumno o paciente y el maestro o clínico, definidos como especialistas. Ese encuentro estaba fundado en una autoridad absoluta del profesional, que tenía el monopolio del saber académico o médico.

La postmodernidad vino a exarcerbar algunas de las contradicciones y paradojas ya incluidas en el propio programa de la Ilustración. Una de ellas deriva de la consideración de los derechos del individuo como un valor absoluto, que mina entonces esa autoridad del experto.

Este declive no sólo se ha hecho patente en los sistemas públicos de atención social, de salud o de educación, sino sobre todo, y en primer lugar, en la acción social y política donde la desafección y desconfianza hacia los gobernantes y gestores es notoria.

A esta primera razón podemos añadir otra, más clara en el ámbito sanitario: la reducción del paciente a una cifra, a una categoría diagnostica, a un código de barras. El modelo asistencial actual pone más énfasis en el cálculo y tratamiento estadístico de las patologías, que en el propio sujeto que las sufre. Eso se refleja bien en el tiempo, demasiado breve, de la atención personalizada, que se reduce a medida que aumentan los recursos informáticos, la proliferación de pruebas.

¿Quién no se ha sentido un poco cobaya cuando el médico escribe en el ordenador datos, que nos va pidiendo sin apenas mirarnos a la cara, concentrado en esa tarea que, por otra parte, no puede evitar ya que forma parte de los protocolos asistenciales?

El efecto subjetivo de esta limitación de la escucha, tan importante para emitir un juicio profesional, tiene mucho que ver con las reacciones de protesta y rechazo de los pacientes y familiares que, a veces, toman formas violentas activas (insultos, agresiones) y otras, la mayoría de los casos, se expresan como boicot pasivo (incumplimiento terapéutico, falta de adherencia a los tratamientos).

En el caso de los docentes, el proceso de “cosificación” del alumno no es tan extremo, si bien también se constatan los efectos nocivos de una voluntad excesiva de uniformización, como si los quisiéramos a todos iguales, incluidos en los mismos itinerarios y con las mismas performances. Anular la singularidad de cada uno es lo que retorna luego en esas manifestaciones de rechazo, indiferencia o incluso agresión.

Cuando alguien siente que sus cosas no son tomadas en cuenta, difícilmente establecerá una relación de confianza en ese otro y por tanto no le reconocerá la autoridad necesaria para producir efectos terapéuticos o de aprendizaje.

Finalmente, a estas razones más generales, cabe añadir las particulares de cada uno, que hacen que decida en un momento responder a una situación de una manera u otra, decisión de la que es responsable y por lo tanto debe responder ante la sociedad y la justicia, si es preciso.

¿Por qué los adolescentes de hoy obedecen menos?

FONT:http://www.lavanguardia.es/premium/epaper/20090917/53785853561.html

Los adolescentes necesitan una orientación que los ayude a regular sus tensiones

El inicio del nuevo curso nos trae viejas cuestiones relativas a la autoridad. Jóvenes que desafían a policías o amenazan a profesores suscitan reacciones diversas. Desde los nostálgicos de la disciplina victoriana hasta los bienintencionados creyentes en las promesas de las nuevas tecnologías como solución mágica a los problemas educativos.

Lo cierto es que algo insiste como sintomático y es que, efectivamente, nuestros adolescentes obedecen menos y lo hacen además de otras maneras. Obedecer, y sobre todo consentir a las propuestas del otro, exige la creencia previa en ese otro. Una creencia que ya no se genera a partir de los discursos y las buenas intenciones, sino de los hechos y prácticas de estos adultos. Ese otro hoy se presenta más que nunca desnudo y mostrando su inconsistencia, su falta como rasgo consustancial. ¿Acaso alguien conoció a un padre perfecto, un maestro ejemplar o un marido sin tacha?

El velo que proporcionaba el poder, asociado al cargo de la autoridad competente, nos despistaba sobre la verdadera naturaleza de ese otro. Los jóvenes de hoy se engañan menos, saben que la distancia real entre sus progenitores y los padres Simpsons es mucho menor que la existente entre esos mismos padres y los ideales de perfección y buenas prácticas que nos autoproponemos como canon de la paternidad actual.

Los adolescentes, más que nadie, necesitan una orientación que los ayude a regular sus tensiones, entre ellas las que sus nuevos cuerpos sexuados les originan constantemente. Para ello quieren que los adultos de proximidad (padres, educadores) estén bien despiertos y por eso no dudan en hacer cualquier cosa para quitarles el sueño. A veces incluso equivocan el destinatario de sus mensajes, fenómeno que las madres conocen bien cuando reciben los reproches que no van dirigidos sino a ellos y ellas mismas por el odio que sienten por sus faltas y temores.

¿Cómo proporcionarles esa orientación, a modo de brújula, más que como protocolo fijo? Por el retorno al castigo clásico no parece muy viable, entre otras cosas porque el castigo se basaba en su función ejemplificadora y en la extracción de sus consecuencias. No parece que los propios adultos extraigamos demasiado de nuestros propios errores como para ser ejemplos creíbles de las nuevas generaciones de jóvenes.

¿Apabullándolos con las nuevas tecnologías? No hay que renunciar a ellas, pero nunca una máquina, ni siquiera los sofisticados GPS, nos llevó a allí donde nosotros no decidimos, previamente, ir.

Nos queda lo que siempre estuvo en el corazón del ser humano, la única garantía posible de esa auctorictas (de autor): la invención, guiada por el deseo, de encontrar respuestas a nuestras preguntas acerca de lo fundamental: el saber, las relaciones personales, la satisfacción, el cuerpo, la muerte... ¿Cómo podría un profesor de historia transmitir un deseo por las civilizaciones si no estuviera él mismo apasionado por todas esas cuestiones?

Los cuerpos adolescentes, frente a frente, en el aula o en la familia, nos angustian porque nos recuerdan lo inacabado de cada uno de nosotros, aquello que en cada uno desborda la palabra y la comprensión, la culpa de existir como seres en falta. No busquemos el alivio demasiado rápido, soportemos en conversación con los otros ese malestar y es posible que ese ejemplo sirva a nuestros adolescentes como signo de autoridad, como índice de lo que cada uno debe tolerar de su falta de completitud.

José R. Ubieto.- Psicólogo clínico y psicoanalista

El arte de vivir

GASPAR HERNÁNDEZ EL PAÍS 15/08/2010


No existen fórmulas mágicas. Cada persona debe encontrar su particular camino para conocer y gestionar sus emociones y sus sentimientos para conseguir vivir mejor.

Charles Chaplin escribió que la vida es tan corta que solo nos alcanza para ser amateurs. Esta afirmación también se puede aplicar al llamado arte de vivir. Cuando ya vamos aprendiendo, la función se termina. No hay recetas mágicas, y cada persona sabe en qué consiste su particular modo de alcanzar ese arte. Los grandes filósofos se han ocupado de ello. Y, por supuesto, los psicólogos. En este artículo nos centraremos en la gestión de las emociones y los pensamientos.

“A una persona se le puede arrebatar todo menos la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias”

Porque, como escribí en el libro El oficio de vivir bien (Aguilar), con miedo, enfado o envidia (o con dolor de muelas) difícilmente podemos tener la percepción subjetiva de estar viviendo bien. Lo mismo sucede si estamos en una playa paradisiaca tomando el sol y enfurruñados con la pareja, o pensando en el trabajo que nos espera en septiembre. El arte de vivir pasa necesariamente por observar, y cuidar, lo que pensamos y sentimos.

Felicidad Interior Bruta. Los países, y sobre todo en tiempos de crisis, miden lo bien o lo mal que vivimos por la situación económica. Pero como afirma el filósofo Jordi Pigem, el producto interior bruto solo mide transacciones económicas, y sabe muy poco del auténtico bienestar de las personas. “Desde hace décadas existen indicadores menos reduccionistas, que miden el bienestar no solo a través del flujo de dinero. Pero hay muy pocos. Por ejemplo, en Bhutan identifican tres venenos en nuestras vidas: la codicia, la hostilidad y la ignorancia (en el sentido de confusión mental). Estos tres venenos han crecido en el mundo materialista, hasta encontrarlos hoy institucionalizados en nuestros sistemas económico, político, y mediático”, afirma en su libro La buena crisis (editorial Kairós). Según Pigem, un progreso en la generosidad, la solidaridad y la sabiduría contribuirían a pasar de una sociedad basada en el crecimiento económico a otra basada en el crecimiento vital.

¿Por dónde empezar? Por la persona. Por la educación y por la gestión emocional. Según el psiquiatra Claudio Naranjo, “la educación actual solo se ocupa de la mente racional, práctica, instrumental, como si fuéramos solo eso. Se crean seres egoístas y prácticos que no tienen una dimensión del goce de la vida. No parece legítimo educar para la felicidad. Si se calculara el precio de la infelicidad que se crea, se vería lo antieconómica que es nuestra educación”.
Algunas cifras de esta infelicidad: en 2020, según la Organización Mundial de la Salud, la depresión será la segunda enfermedad más extendida, superada solo por enfermedades cardiovasculares. El suicidio es la primera causa de muerte entre los jóvenes. El estrés, la ansiedad y la depresión son la segunda causa de baja laboral en España.

Bienestar emocional. El arte de vivir empieza por una correcta gestión de las emociones. En Occidente nos hemos fijado en el desarrollo intelectual de las personas, pero no en el desarrollo emocional. Nunca es tarde para cambiar nuestros patrones emocionales. ¿Cómo? Según la filósofa Elsa Punset, con el viejo conócete a ti mismo de los griegos. “Aunque ellos no nos decían cómo. Se trata de conocer y gestionar nuestros mecanismos emocionales. Es decir, lo contrario a la represión emocional que hemos ejercido hasta ahora”.
Afirma el doctor Mario Alonso Puig que una emoción es un fenómeno físico en el que se producen una serie de cambios fisiológicos que afectan a nuestras hormonas, a nuestros músculos y a nuestras vísceras. Estos cambios tienen una duración limitada a minutos, o, como mucho, a algunas horas. “Digamos que una vez que el elemento interno (un pensamiento angustioso) o externo (un insulto) han pasado, la reacción emocional que se ha desencadenado poco a poco va remitiendo hasta que volvemos al estado en el que nos encontrábamos antes de que el pensamiento o el insulto se produjeran”. El problema es que si esa emoción se reprime, se puede convertir en un estado de ánimo, que puede durar meses o años.

“De alguna manera”, afirma el doctor Mario Alonso Puig en su libro Reinventarse (Plataforma), “nos quedamos como congelados en un tipo de emoción, hasta el punto de que llegamos a identificarnos con ella, casi como si formara parte de la realidad que somos”. Y hay estados de ánimo que aportan ventajas, y otros que son muy disfuncionales y nos generan un enorme sufrimiento.

Un ejemplo: la ira. La ira es como un cubo lleno de agua sucia. Cuando nos enfadamos, o bien lanzamos el oscuro contenido de ese cubo a la cara de quien nos ha provocado la ira, o bien callamos, de modo que nos lo lanzamos encima. Lo ideal sería lanzar el agua sucia a un terreno neutro; practicando deporte, por ejemplo. Y después, cuando estemos ya tranquilos, expresar al otro cómo nos hemos sentido, con asertividad. Por eso no es recomendable escribir e-mails cuando estamos enfadados. Así se estropean muchas relaciones interpersonales.

Gestión de los pensamientos. Nadie nos ha enseñado a gestionar nuestros pensamientos. Tenemos cada día entre 40.000 y 60.000 pensamientos y a la mayoría les hacemos caso. El arte de vivir también es incompatible con los pensamientos obsesivos sobre el pasado o futuro. Afirma Miriam Subirana, profesora de meditación, que el pasado, en gran medida, nos impide ser libres. “Vivir del recuerdo es no gozar plenamente del presente. Vivir del recuerdo nos debilita. Es como ser un enchufe que se conecta a una toma de corriente por la que no pasa la corriente. Vamos perdiendo nuestra energía. Queremos revivir una experiencia que ya pasó, y finalmente nos sentimos decepcionados y con un gran desgaste emocional y mental”.
Todos los sabios orientales coinciden en que el arte de vivir se basa, en buena medida, en nuestra conexión con el momento presente. La mente tiende a ir hacia el pasado y el futuro. Y muchos de los pensamientos sobre el futuro son proyecciones negativas, como el miedo, que normalmente no sirve para nada (aunque a veces es amigo de la prudencia).

El miedo tiene una base biológica; es una emoción que nos ha ayudado a evolucionar, porque nos alerta de los peligros. Pero en nuestra sociedad es excesivo: se trata de reconducirlo. Cuanto más pensamos en el miedo, más fuerza le damos.

Empieza en la mente. “El sufrimiento creado por uno mismo es fundamentalmente una fabricación de la mente”, afirma uno de los más celebrados maestros de meditación tibetanos de la nueva generación, Yongey Mingyur Rimpoché. En su libro La dicha de la sabiduría (Rigden Institut Gestalt) cuenta cómo un alumno empezó a analizar su propia ansiedad, y comenzó a ver que el problema no estaba en el trabajo, sino en lo que él pensaba de su trabajo. “Poco a poco”, dice el alumno, “empecé a darme cuenta de que la esperanza y el miedo no eran más que ideas que flotaban en mi mente. En realidad, no tenían nada que ver con mi trabajo”. Ese cambio de perspectiva transforma nuestra realidad. “Cuando estoy angustiado, puedo observar esos impulsos y ver que tengo una elección. Y si elijo observarlos, aprendo más sobre mí mismo y sobre el poder que tengo para decidir cómo reaccionar a los acontecimientos de mi vida”.
Podemos elegir siempre cómo reaccionar ante pensamientos y emociones. Pero hace falta entrenamiento. (Ojalá meditación y gestión emocional se enseñen en las escuelas). El psiquiatra Víctor E. Frankl, que fue una de las víctimas de Auschwitz, afirmaba que a la persona se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas: “La elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias”. A menudo no podemos elegir los hechos, pero sí el cómo enfrentarnos a estos hechos.
Según el budismo, la mayor parte del sufrimiento es creado por uno mismo. Afirma Yongey Mingyur Rimpoché que este sufrimiento es fundamentalmente una fabricación de la mente, pero que no es menos intenso que el sufrimiento natural: “En realidad puede ser bastante más doloroso”. Este sufrimiento se puede expresar en forma de historias que nos contamos a nosotros mismos, a menudo incrustadas en lo más profundo de nuestro inconsciente, según las cuales no somos suficientemente buenos, ricos o atractivos, o nos falta algún tipo de estabilidad.

La meditación nos permite observar los pensamientos y las sensaciones asociadas a este sufrimiento. Al hacerlo, se desvanecen. El mundo que nos rodea, nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y sentimientos están en constante cambio. En términos budistas este cambio se conoce como impermanencia. Aceptar que todo es impermanente y no aferrarnos a las cosas ni a las personas es uno de los pilares del arte de vivir, según el budismo. Ni un solo maestro oriental defendería que el arte de vivir consiste en adquirir posesiones –en tener–, sino en ser. Casi nada de lo que nos ha proporcionado felicidad lo hemos logrado con dinero.

LIBROS Y CLAVES

Reinventarse, de Mario Alonso Puig. Editorial Plataforma.
La dicha de la sabiduría, de Yongey Mingyur Rimpoché.
Editorial Rigden Institut Gestalt.
El oficio de vivir bien, de Gaspar Hernández. Ed. Aguilar.

lunes, 16 de agosto de 2010

El mundo en una escuela

LA VANGUARDIA- 14-4-2010




Francesc Peirón- Nova York

Sólo lleva nueve meses en la escuela y, sin embargo, su nivel de lectura en inglés resulta más que aceptable. “En mi país ya lo había estudiado un poco”, confiesa esta niña casi como una justificación por su buena dicción, como si le diera cierto pudor estar por encima de algunos que ya van por su segundo año en estas aulas. Su país de origen es Ucrania. Es de piel blanca, blanquísima, y luce una melena rubia muy cuidada. Algunos de sus compañeros la entienden cuando se expresa en ruso, pero la rodean críos de piel oscura, mucho más oscura y aún más. De un pupitre al otro, los hay que hablan español, o creole, o urdu, o uzbeko, o turco, o bengalí, o árabe. Hay jovencitas de peinados sofisticados y uñas decoradas, mientras que otras esconden su timidez bajo el pañuelo que les cubre la cabeza. Los hay que dan la impresión de acabar de salir de un concierto de hip-hop y otros de aspecto pulcro aunque su vestuario parece comprado en una tienda de la Europa del Este antes de la caída del muro de Berlín. Esta es la crónica de la visita al colegio Ditmas 62, una escuela pública de secundaria (junior y high school) ubicada en Brooklyn, a unos 45 minutos en metro desde Times Square. El edificio se asemeja a una inmensa caja de ladrillo de obra vista. Luce la bandera de Estados Unidos en el jardín. Según el principal (director), Mike Kevorkian, que se mueve de aquí para allá con un walkie talkie entre sus manos, en este recinto se habla un total de 47 idiomas. Una torre de Babel que, a diferencia de lo que cuenta la leyenda, no impide la buena convivencia. Los estudiantes tienen entre diez y quince o dieciséis años. Dice Kevorkian que no sabe si su escuela es una en la que más idiomas diferentes se hablan en el ámbito de Nueva York. Tampoco le preocupa. “La mayoría, por no decir todas, son multiculturales, en especial aquí, en Brooklyn, y en Queens”, remarca. Angelica Infante, directora municipal de los programas de enseñanza de inglés, responde que no a lo primero –se cuentan once escuelas en las que se oyen más de 50 idiomas– y confirma lo segundo. Si en el Bronx o en Manhattan se aplican los programas bilingües –el inglés compartido con el español o el creole/ francés o el chino-, en Brooklyn y Queens se desarrolla lo que se denomina “inglés como segunda lengua”, debido a las muy diversas procedencias de los alumnos.

Esto supone una escolarización enfocada a enseñar la expresión oficial para luego, alcanzados los baremos, pasar a una integración absoluta. En las escuelas de Nueva York se registran hasta 152 idiomas, indica el informe del pasado otoño del departamento de Educación de la ciudad.

Más de 150.000 estudiantes, lo que supone casi un 15% del total de los colegiales neoyorquinos, se encuentran este curso en alguno de los programas de aprendizaje de inglés. Si a estos se suman los que ya han superado esa etapa y continúan en el sistema escolar, se concluye que uno de cada cuatro de los alumnos vino de fuera o de comunidades de Nueva York donde el inglés no es el idioma que se habla en casa ni, incluso, en la zona donde residen.

“La semana pasada llegaron diez uzbekos y hoy mismo ha entrado un jovencito de Pakistán”, comenta Mike Buono, asistente del principal y ex responsable del Ditmas 62. Y eso que el curso ha entrado en la recta final.

“El primer día es muy tormentoso para el nuevo estudiante”, subraya Kevorkian. “Les ponemos con gente de su país, para que estos les ayuden en el aterrizaje”, señala Raquel Díaz, coordinadora de segunda lengua en este colegio, una mujer nacida en Cuba, a la que, a los dos años, sus padres se llevaron a Nueva York. “Ellos se unen”, añade el director. “Uno de los momentos más difíciles – prosigue-es al acabar la jornada, cuando se han de ir a casa y el vecindario es el gran desconocido. Por eso, durante la primera semana, hacemos que vengan a buscarlos o sus familiares o los tutores que estén a su cargo, personas del entorno que ya eran residentes y conocen el lugar”.

En la visita guiada por Buono, no hace falta insistir en la cuestión de la variedad humana a la vista del paisanaje. “Explicar la diferencia en este edificio no es difícil, porque todos son diferentes”, sostiene este veterano de la enseñanza que transmite una tranquilidad absoluta. “La diversidad es buena para los chicos que vienen de otro país – indica, mientras saluda o corresponde a los jovencitos que se cruzan en el camino-,pero también para los que no han salido de Nueva York, así no les queda duda alguna de que el mundo es muy grande. En las aulas encuentran la gran lección de que hay muchas más cosas y personas diferentes”. Tal vez, matiza, los conflictos se producen “en casa”. Pero no se refiere al hogar individual, sino al punto de origen. Los estudiantes indios juegan con los pakistaníes, pese a la rivalidad entre ambas naciones. “La convivencia – continúa Buono-es magnífica. No resulta nada extraño ver a los niños libaneses cristianos jugando con los libaneses árabes”.

En los pasillos cuelgan cartulinas con dibujos de objetos, a los que se les da su nombre en inglés. Es como si este fuera un colegio para niños párvulos que empieza a leer. De esto se trata, enfatiza Kevorkian. “Utilizamos mucho – aclara-la cuestión audiovisual, el dibujo y la fotografía, o lo táctil. Los vídeos, los libros de fotos o los diccionarios visuales son más que habituales”. Tercia su asesor: “No se ha de olvidar que son clases para recién llegados o niños con poco o ningún contacto con el inglés”.

De una población de 1.227, colegiales, en torno al 23% participa en estos cursos de inglés. El proceso de integración “a la normalidad” depende de cada estudiante. Tres años es la media habitual, aseguran los responsables del Ditmas 62. Desde la oficina central, Angelica Infante coincide en esa media y en el diagnóstico: cada niño es una historia. “Los que han estado escolarizados y conocen su propio idioma se adaptan mucho más rápido”, comenta Infante. Precisa, sin embargo, que los hay que llegan tras años de no acudir a una escuela o “de enclaves rurales de Áfricadonde no pisaron un aula”.

De la experiencia han extraído una enseñanza: el resultado de estos programas son excelentes de cara al futuro. Infante recuerda que las estadísticas demuestran que los que han pasado por este proceso son los que después, una vez normalizados, consiguen mejores calificaciones académicas.

La niña ucraniana es un ejemplo de buena adaptación. Está contenta con su nuevo destino.

- Prefiero vivir en Brooklyn.

- ¿Qué es lo que lo hace diferente a tu ciudad de procedencia?

- Aquí hay tren, allá no.

Concluida la visita, Mike Buono se despide: “Si vuelve mañana, posiblemente habrá otro niño recién llegado de otro país”

jueves, 12 de agosto de 2010

El desahucio de las humanidades

Per Lluís Duch, antropóleg y monjo de Montserrat, i Albert Chillón, professor titular de la Universitat Autònoma de Barcelona i escriptor (LA VANGUARDIA, 01/08/10)

Muy traída y llevada en atribulados tiempos que corren, a la palabra crisis le está pasando lo que a otras nociones fetiche (nación, masa, pueblo, opinión pública, identidad) que el sentido común da alegremente por supuestas, y que, sin embargo, ciegan mucho más que revelan. Sobre ella se ha tejido un discurso dominante de corte economicista, como si la presente debacle sólo admitiera esa lectura y la opaca jerga para iniciados que arrastra. No resulta corriente, sin embargo, que las reflexiones al uso devanen la madeja de causas cuya coincidencia – en distintos niveles y estratos-ha precipitado una colosal falla tectónica que muestra en la economía, en efecto, sus más acuciantes síntomas, pero que en el fondo abarca muy distintas facetas del presente: la política, la educación, la religión, la cultura y ese difuso aunque decisivo ámbito integrado por la ética, los valores y las costumbres. Es, de hecho, la totalidad de los sistemas vigentes lo que da muestras palpables de agotamiento.

Así las cosas, resulta perentorio orientarse en medio de este cafarnaúm, por más que las cartografías a mano no sean siempre fiables. Contamos con dos para empezar, grosso modo, útiles aunque incompletas. La primera la proponen de consuno el estamento político, las instituciones financieras y los medios de comunicación, e interpreta la crisis en clave excluyentemente crematística y productiva. Y la segunda, más matizada, procede de las ciencias sociales y subraya algunos asuntos de indudable relieve:



  • la poda de Estado de bienestar y la socialdemocracia; 
  • la erosión de las instituciones políticas, económicas y culturales a manos del populismo y la demagogia; 
  • el expolio del medio ambiente; 
  • el mal uso de los simbolismos religiosos y políticos; 
  • la degradación de la educación en instrucción; 
  • y, en suma, el arduo ejercicio de la ciudadanía.


Es preciso levantar acta, con todo, de que ni unos ni otros diagnósticos bastan para comprender una crisis ubicua cuyas grietas se infiltran y ahíncan por doquier, tanto que es indispensable afinarlos recurriendo a otro de índole humanística, sin el que resulta imposible identificar y curar la dolencia. A sabiendas, eso sí, de que ello implica remar contracorriente justo cuando las humanidades – uno de los grandes acervos de Occidente, no se olvide- están sufriendo un desahucio sin precedentes.

Si vindicamos las que Wilhelm Dilthey llamó ciencias del espíritu es porque tras el desbarajuste y la confusión se advierte una alarmante desestructuración del sujeto humano contemporáneo, capaz de acarrear traumáticos y aun colapsantes efectos: heredero de la Revolución Francesa y la Ilustración, supuestamente autónomo y acreedor de libertades y derechos, lo aqueja una dolencia que no sanarán placebos. Esta cruda coyuntura delata el estado de un enfermo que se ignora, y al que urge despertar so pena de perecer en la inopia. Los síntomas más llamativos incluyen...


  • el desmantelamiento del sujeto colectivo
  • el desaforado individualismo y la consiguiente desafiliación
  • ese declive del hombre público glosado con elocuencia por Richard Sennet. 
  • Pero también la pujanza del llamado pesimismo antropológico, amarga resaca del optimismo ilustrado desatada por las dos grandes guerras mundiales – Auschwitz, el gulag, Hiroshima-que hoy se traduce en la patologización de las conductas y el auge de las aflicciones y afecciones psíquicas.


La deriva general de Occidente ha ido mermando los proyectos colectivos en aras de los crasamente egotistas, a lomos de una sociedad obcecada en trocar los ideales de consumación por los de consumición, y al ciudadano por un cliente tan súbdito como ufano. No se trata, sin embargo, de un individuo realizado y pleno que haya cumplido el célebre “Llega a ser quien eres” de Píndaro, sino de alguien cuyo humano potencial se degrada en una interioridad sin exterioridad, rebosante de apetencias y huera de vínculos solidarios y compasivos. La ruina de las utopías emancipadoras de la modernidad ha traído consigo una hictopía que venera el ahora y aquí (hic),así como una apoteosis de la psicologización: la cultura del yo, el hedonismo sin finalidad, la conversión de la tecnología en tecnolatría o, en fin, la entronización del dios mercado como espectral baremo de medida y guía.

El panorama esbozado reviste especial gravedad en España, un país por el que casi pasó de largo la modernidad, tanto la de cuño ilustrado como la de cariz romántico. En los siglos XVIII y XIX, los universos físicos y mentales del sujeto moderno fueron forjados allende los Pirineos, dado el constante estado de guerra (in) civil que nos aquejaba, la a menudo sanguinaria afirmación de un imaginario nosotros ante todo cimentado en el narcisismo de las pequeñas diferencias, en el odio al otro y la aniquilación que de él deriva. Idóneo para espolear el delirio totalitario y la consiguiente hecatombe, el infausto esquema amigo-enemigo que hace casi un siglo acuñó el politólogo filonazi Carl Schmitt sigue generando nefastas secuelas por estos pagos, como las rebatiñas identitarias en curso – sea cual sea su signo-ponen sin cesar de relieve. Tan colosal desaguisado ha ido fraguándose durante las tres últimas décadas, entre el sopor de buena parte de la ciudadanía y el duermevela de la intelligentsia,a menudo absorta en afanes partitocráticos o académicos faltos de fuste crítico y traducción extramuros. Los efectos saltan a la vista: la crisis es planetaria, ni que decir tiene, pero aquí se manifiesta con un brío y gravedad singulares.

¿Qué hacer, con todo, para no sucumbir a la nostalgia de tiempos pasados ni a la desazón del futuro? Estamos convencidos de que habrá salidas y soluciones, y también de que sólo serán factibles reemplazando el mentado economicismo por una visión al tiempo crítica e integradora del mal de fondo. Y estamos persuadidos, así mismo, de que es prioritario promover la salud física, mental y espiritual del sujeto humano, una meta que exige sanear tanto su adentro como sus vínculos, y desde luego procurarle capacidad de discernimiento y ponderación, los criterios sin los que no podrá ejercer su libre albedrío ni afrontar los retos de una época marcada por el vertiginoso aumento del tempo vital, sin parangón en el pasado.

La devastadora recesión que sufrimos arraiga en un suelo integrado por imaginarios y valores, éticas y creencias: es una suerte de unánime y desaforado delirio de felicidad y poder hic et nunc lo que en realidad la nutre. Este, y no otro, es el auténtico  origen del presente pandemonio, cuya precipitación – nada casualmente, por cierto-ha coincidido con el rampante desahucio de los saberes críticos por parte de autoridades académicas y gobiernos, empeñados en apagar la llama de las ciencias humanas justo cuando más urge su lumbre. A nuestro entender, se impone una seria deliberación sobre los sistemas y procesos educativos, cada vez más sojuzgados por la racionalidad instrumental que imponen los poderes del mundo. Iniciada hace décadas, la vasta degradación pedagógica y gramatical en curso abarca desde la enseñanza primaria hasta la universitaria, y sus inmediatos frutos son la ceguera racional, el envilecimiento ético y la efectiva – y afectiva-descolocación de los individuos en su mundo. Parafraseando al eximio Paul Ricoeur, puede afirmarse que el ser humano sigue siendo posible en nuestros días, por más que sobre su nuca penda la espada de Damocles de la imposibilidad, la avasalladora deshumanización de la que brota la actual crisis.

“Con los años ves que no puedes transformar el mundo, pero sí la mente”

Eduard Punset: Con los años ves que no puedes transformar el mundo, pero sí la menteEntrevista a Eduard Punset publicada el pasado domingo 1 de agosto enLa Vanguardia. El divulgador destaca en este artículo algunas de las principales ideas de su último libro, El viaje al poder de la mente y habla de su éxito de ventas.



Destacado:


Los maestros tendrán que aceptar, y ya lo aceptan, que los niños y ellos tienen que aprender
a gestionar la diversidad característica del mundo globalizado. El segundo consenso es aprender a gestionar lo que esa gente tan dispar tiene de común, que son las emociones básicas y universales: la ira, la rabia, el odio, la tristeza, el rencor...


La historia de la evolución prácticamente ha transcurrido sin consciencia. son procesos
cognitivos muy sofisticados, que eran el fruto de intuiciones. Lo primero era descubrir que podía haber una toma de decisiones, fruto del insconciente milenario, por lo tanto era muy bestia prescindir de la atención emocional. ¿Por qué a mis nietas, por ejemplo, no les enseñan a distinguir entre ansiedad y miedo?




Recuperamos una vieja verdad de las pocas que se sostienen de pie: lo que no hagas de los 4 a los 9 años es tiempo perdido. En un experimento de la Universidad de Columbia se vio que los niños y niñas capaces de controlar sus instintos básicos, al llegar a la adolescencia y edad adulta abordaban con mayor acierto los problemas de drogodependencia, violencia, falta de altruismo, compasión, etcétera. Por eso defendemos el aprendizaje social y emocional.
La manera más barata de transformar la sociedad es educando a los niños de 4 a 9 años en
las nuevas aptitudes que les permitirán gestionar sus emociones.


Muchos de los fanatismos son el subproducto de un entorno corrupto, dogmático, en la edad
más tierna. Este es otro de los grandes descubrimientos, y creo que por eso hay un optimismo
relativo en medio de ese pesimismo que lo invade todo.


Lo que hemos descubierto, nuestra incapacidad para cambiar de opinión o para desenchufar de
un entorno emotivo, no es lo que esperábamos. Los neurólogos y psicólogos saben que actuamos
no en función de lo que vemos sino de lo que pensamos que vemos,de nuestras convicciones.


Una decisión tomada en un ambiente emocional tiene mayor relevancia que la misma decisión tomada fríamente.
A menudo les digo a mis amigos que estamos montados en un planeta que va a 250 kilómetros por segundo y que ni Dios tiene domicilio fijo.
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