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martes, 6 de mayo de 2014

Los 12 errores de los padres


Escuela: los 12 errores de los padres

La mayoría de padres y madres da mucha importancia a los estudios de sus hijos y aspira a convertirlos en jóvenes brillantes. Pero no siempre tienen claro su papel en el aprendizaje escolar y a menudo adoptan conductas erróneas para la educación del hijo

ES | 27/09/2013 Mayte Rius 

Escuela: los 12 errores de los padres
Algunos errores que cometen los padres
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En la sociedad actual se concede mucha relevancia a la formación y a las calificaciones académicas y a menudo se relacionan la implicación y actuación de los padres en los estudios de sus hijos con los resultados escolares que estos obtienen. La consecuencia es que muchos padres y madres se vuelcan en la educación de sus hijos e invierten en ella ingentes cantidades de dinero, tiempo y emociones. Sin embargo, los resultados no siempre son los esperados, como evidencian las elevadas tasas de fracaso escolar. Según los expertos en educación, la ausencia de recompensa a tanto esfuerzo a menudo tiene que ver con la desorientación de los padres sobre cuál ha de ser su papel en el aprendizaje de los hijos, que les lleva a cometer errores que lastran su educación.

En unos casos son conductas que no tienen que ver específicamente con los estudios sino con el estilo educativo de la familia, con comportamientos tan recurrentes a la hora de educar como la sobreprotección, la falta de límites, la negatividad o los malos ejemplos, a los que se hacía referencia en Los 12 errores más comunes de los padres, reportaje publicado en estas mismas páginas el pasado 23 de febrero. Pero otros fallos muy reiterados están relacionados con el desconocimiento de la respuesta más adecuada a preguntas como: ¿han de estudiar los padres con los hijos? ¿Y ayudarles con los deberes? ¿Preguntarles la lección? ¿Revisar y corregir los trabajos escolares antes de que los entreguen? ¿Premiar las notas? ¿Poner tareas extras si el maestro exige poco? ¿Buscar profesores particulares? ¿Controlar sus agendas escolares? ¿Hablar con el profesor? ¿Estimularles con actividades extraescolares?

A partir de sus experiencias profesionales, Joan Domènech, director del colegio Fructuós Gelabert de Barcelona; Benjamí Montenegro, del Equip Psicológic del Desenvolupament de l’Individu, y Ángel Peralbo, responsable del área de adolescentes del centro de psicología Álava Reyes, consideran que los desaciertos más habituales de los padres vinculados con el aprendizaje y la educación escolar de los hijos son los siguientes:

1. Ejercer de maestros Son muchos los padres que ayudan a sus hijos a hacer los deberes, que estudian con ellos y les explican la lección, que corrigen sus trabajos. Sin embargo, psicólogos, pedagogos y profesores coinciden en que es un error pretender ser padre y maestro a la vez, entre otras razones porque acostumbra a provocar situaciones conflictivas prácticamente a diario y el tiempo de estudio se convierte en una tortura para padres e hijos. Ángel Peralbo explica que, además, "si los niños se acostumbran desde pequeños a tener a alguien por encima de ellos para trabajar se vuelven dependientes y en lugar de desarrollar la necesaria proactividad en los estudios, se relajan y esperan, y acaban necesitando a alguien que les tutorice constantemente".

Benjamí Montenegro subraya que "el papel de los padres es el de auditores: han de controlar que el trabajo esté hecho, que la letra es correcta, que se respetan las reglas de presentación, que no se dejan cosas sin hacer, pero no entrar en el contenido porque las tareas escolares son para que los hagan los alumnos solos y así trabajar su autonomía". Advierten los expertos que eso no significa que si un niño pregunta a sus padres algo que no sabe o no entiende, no le ayuden facilitándole pistas o herramientas para que busque la respuesta. Y en los casos de chavales que tienen dificultades, que necesitan un refuerzo o que les vuelvan a explicar los contenidos, su consejo es recurrir a un profesor particular o a un psicopedagogo.

Joan Domènech cree que el papel de los progenitores es acompañar el aprendizaje de los hijos, pero enfatiza que hay una serie de competencias cuya enseñanza compete a la escuela y si los padres tratan de hacerlo, interfieren en el aprendizaje. "Los padres no tienen que enseñar a los hijos a multiplicar ni comprarles cuadernos para practicar multiplicaciones porque eso es cosa de la escuela; lo que compete a los padres es compartir con sus hijos situaciones cotidianas en que las operaciones matemáticas deban utilizarse, como ir a la compra, hacer cálculos aproximativos de si tienen bastante dinero para comprar algún artículo, etcétera".

2. Querer Einsteins "Un rasgo muy habitual en las familias actuales es el afán de sobreestimular a los niños, desde bebés, para que desarrollen rápidamente sus capacidades, y eso se traduce en llenar la cuna de artilugios, en un abuso de los juegos didácticos, en querer que sepan leer y escribir con cuatro años o en apuntarles a un montón de actividades extraescolares para descubrir y potenciar su talento", afirma Domènech. Y explica que ese afán de que sepan muchas cosas y cuanto antes mejor provoca una sobreestimulación que, lejos de lograr una evolución cognitiva más rápida y talentos por encima de lo normal, suele tener efectos contraproducentes en forma de problemas de atención, de falta de concentración, de hiperactividad…

Esta aspiración generalizada de hijos-genios dificulta, por otra parte, que algunos padres asuman la capacidad real de sus hijos o acepten sus limitaciones. "Abundan los casos donde el nivel de exigencia de los padres supone un listón demasiado alto para el niño en cuestión y eso puede provocar desmotivación, crecientes resistencias e incluso una baja autoestima que haga cada vez más difícil todo lo relacionado con el estudio", advierte el psicólogo Ángel Peralbo.

Benjamín Montenegro pone como ejemplo los padres que imponen actividades extraescolares intelectuales a niños con dificultades académicas. "Hay niños que en el colegio tienen problemas con las lenguas y encima les apuntan a clases extraescolares de idiomas, y otros a los que les cuestan las matemáticas y al salir del cole han de ir a clases de música y solfeo; lo único que se consigue con eso es sobresaturar al chaval, que se aclare aún menos y que se frustre porque no puede cubrir las expectativas que están puestas sobre él", alerta.

3. Focalizar todo en los estudios Los educadores aseguran que una frase muy reiterada entre los estudiantes es: "Mis padres sólo se interesan por mi rendimiento escolar; lo demás no les importa nada". La queja no siempre es objetiva, pero los psicólogos aseguran que refleja fielmente lo que ocurre en algunas familias, en especial cuando surgen dificultades o los hijos no obtienen los resultados académicos esperados. "Los estudios ocupan el mayor porcentaje de las preocupaciones familiares y, por tanto, de las conversaciones del día a día, y muchos padres hacen que los estudios monopolicen la vida de los hijos; y si bien lo académico es la actividad que más tiempo les ocupa y la mayor responsabilidad de los chavales, son también esenciales otras muchas facetas de desarrollo, como los deportes, todo tipo de actividades lúdico culturales, el ocio, los planes y las responsabilidades familiares, los amigos y las relaciones sociales, la afectividad dentro y fuera del ámbito de la familia…", comenta Peralbo.

4. Premiar las notas Un recurso habitual de los padres para animar a los hijos a estudiar es prometerles grandes regalos si aprueban o si sacan buenas notas. Sin embargo, los especialistas en educación lo consideran un error. "Si buscamos estímulos de este tipo, es que algo falla, porque el niño no debería necesitar premios externos y materiales para disfrutar con el aprendizaje; su mejor estímulo debería ser descubrir cosas nuevas, plantearse retos y desarrollar sus intereses", afirma el director de la escuela Fructuós Gelabert. Los educadores consideran que las buenas notas se han de elogiar, aplaudir e incluso celebrar, pero nunca comprar, porque se convierte al niño en esclavo del estímulo material y, si a pesar de la recompensa prometida no triunfa, su sensación de fracaso y su malestar es mayor porque además de no conseguir su meta escolar se ha quedado sin regalo.

El psicólogo Benjamí Montenegro alerta especialmente sobre los premios imposibles, como prometer a un adolescente que ha suspendido siete asignaturas una moto si finalmente aprueba todo. "Es una salvajada que genera frustración en el chico y que a menudo deja en entredicho a los padres cuando el chaval se entera de que le han ofrecido el premio después de hablar con el profesor y saber que es más que probable que repita curso", detalla. En cambio, opina que premiar las notas puede estar justificado en casos excepcionales "como el de un chaval disléxico sin adaptación curricular que consigue un bien en un examen de lengua".

En relación con las notas, Montenegro destaca otro error recurrente de los padres: valorarlas a bote pronto. "Llegan las notas y, con ellas en la mano, empezamos a hacer valoraciones, positivas o negativas, y eso no es correcto; hay que darse un día o dos de reflexión, enfriarse y hablar de ellas y tomar decisiones con tranquilidad", explica. Los educadores subrayan que, en lugar de abroncar por las notas, el papel de los padres debe ser enseñar a tolerar la frustración y el fracaso y ayudar al hijo a que tome conciencia de la causa y adopte posibles soluciones para el futuro.

5. Disfrazar la falta de esfuerzo de trastorno Otra conducta recurrente y negativa entre los progenitores es, según los expertos, buscar siempre trastornos neurológicos detrás de los fracasos escolares de sus hijos. "Hay muchos niños que son incapaces de esforzarse en hacer los deberes o en estudiar porque son vagos, y eso es inmadurez, no un trastorno mental, y a veces se intenta disfrazar esa vaguería como intolerancia a la frustración o intolerancia al estrés cuando lo que tienen es falta de autonomía", indica Montenegro. Y añade que la prueba es que esos chavales que no son capaces de esforzarse con las tareas escolares también son incapaces de ordenar su habitación, de prepararse el bocadillo de la merienda o de calentarse la comida cuando regresan del instituto.

Ángel Peralbo subraya que, en muchos casos, "el error de los padres es no darse cuenta de que detrás de la falta de esfuerzo y motivación por los estudios lo que existe es una inversión de prácticamente todo su tiempo en ocio, especialmente en ocio tecnológico, que es el que hoy impera y dificulta su dedicación a otras tareas".

Montenegro destaca que también es una equivocación de los padres poner un profesor particular a estos chavales para controlar que hagan los deberes y estudien. "Al profesor particular hay que recurrir para resolver problemas concretos, no para conseguir que tu hijo haga las tareas con él, porque entonces continuará con la actitud inmadura y dependiente de que se lo solventen otros", dice.

6. Impaciencia Ángel Peralbo considera que otra actitud frecuente y perniciosa es querer ir demasiado deprisa en lo que se refiere al aprendizaje, en vez de entender la educación como un proceso a largo plazo. La impaciencia de los padres, dicen los expertos, se traduce en tratar de que hablen lenguas extranjeras cuanto antes, en que comiencen a leer y escribir sin haber llegado al colegio, en acelerar los procesos de aprendizaje de las operaciones matemáticas sin respetar los ritmos de la escuela… "Ese afán de que sepan muchas cosas y cuanto antes es un error; en Dinamarca y en los países mejor situados en los ranking educativos los niños aprenden a leer y escribir a los siete años", apunta Joan Domènech.

Peralbo explica que esa impaciencia de los padres provoca que se desesperen ante las primeras dificultades en los estudios o los primeros malos resultados, sin tener en cuenta que las dificultades y los errores son inherentes al aprendizaje y los niños lo que necesitan es paciencia y ánimo para continuar trabajando durante toda la etapa escolar. "Los padres no deberían considerar esos malos resultados como un fracaso, porque ello reduce la autoestima de los hijos e incapacita cada vez más a unos y otros", indica.

7. No respetar la línea de la escuela Algunos padres, movidos por la impaciencia, intentan enseñar a sus hijos a leer o a calcular por sus propios métodos, o les ponen tareas de refuerzo en casa, sin tener en cuenta que quizá están interfiriendo en el ritmo o el método pedagógico que sigue la escuela. "Los padres deben plantearse a qué escuela llevan a sus hijos, asegurarse de que comparten las mismas ideas, y luego ir trabajando en paralelo, acompañando a sus hijos en el aprendizaje pero con cierto respeto al proceso que siguen en la escuela para educar en la misma dirección y no dar al niño mensajes diferentes", indica Domènech.

8. Proyectarse en los hijos Otro error bastante reiterado de los padres es pensar que el modelo y los métodos educativos que les sirvieron a ellos van a servir a sus hijos. "La escuela ha cambiado mucho y los niños también, y lo que a ti te gustaba del colegio o lo que tú aprendías entonces no tiene por qué ser un modelo de éxito para tus hijos", alerta el director de la escuela Fructuós Gelabert. También Ángel Peralbo considera que en muchas familias "siguen prevaleciendo más las expectativas que tienen los padres sobre los estudios de los hijos que las preferencias o capacidades de estos" y hay muchos chavales que son orientados a estudiar lo que quieren o les gusta a sus padres.

9. Cuestionar a los profesores No apoyar a los maestros, mostrar constantemente el desacuerdo con el profesor en presencia de los hijos, es otra conducta errónea de algunos padres. "Los profesores han reducido su capacidad para imponer la necesaria disciplina de los alumnos en el aula y no ayuda precisamente que tengan a los padres enfrente o en contra en vez de al lado, pues el alumno, aprovechándose de esa situación, consigue manipular y poner en contra a unos y otros cuando el objetivo que persiguen es exactamente el mismo", comenta Peralbo. Añade que los profesores tienen una visión privilegiada de los alumnos que en ocasiones no se corresponde con su comportamiento y su actitud en casa, y que a los padres les conviene conocer. "La complicidad entre padres y profesores, el compartir información, puede ayudar a que el chaval progrese adecuadamente tanto a nivel académico como en lo que se refiere a su actitud y comportamiento", enfatiza.

10. Hacer de Sherlock Holmes Benjamí Montenegro opina que otra conducta equivocada en la que caen padres y madres es acabar convertidos en Sherlock Holmes. "Hay padres que rastrean los deberes, los trabajos, las fechas de los exámenes a través de las redes sociales o de los padres de otros niños para ver si el hijo hace o no sus tareas, y eso provoca un boquete de desconfianza y no resuelve nada", explica. Su consejo es revisar con el niño la agenda y las tareas realizadas en cada asignatura y, si no se lo apunta para evitar el seguimiento, hablar con el tutor "que es el jefe (en términos laborales) del chaval" para estas cuestiones. Los expertos desaconsejan imponer un control absoluto sobre las tareas escolares, estar examinando al hijo constantemente sobre lo que ha leído o ha estudiado, y aseguran que es mejor un acompañamiento lejano, dejándole que sea autónomo. Y si el padre o madre opta por preguntar la lección para preparar un examen, Montenegro aconseja no hacerlo oralmente, sino poner tres o cuatro preguntas por escrito "porque normalmente no hay exámenes orales y aunque el chaval se sepa la lección hablando, igual luego se expresa mal por escrito o comete muchas faltas" de ortografía.

11. Solventarles los problemas Otro comportamiento habitual y erróneo de los padres, según los educadores, es solventar los problemas de organización de sus hijos. "A las siete de la tarde el niño dice que falta tinta para imprimir el trabajo que ha de entregar al día siguiente y mandamos al abuelo que vaya corriendo a comprar un cartucho o que nos deje el suyo", ejemplifica Montenegro. Y enfatiza la importancia de dejar que los hijos afronten esos problemas solos "aunque eso suponga entregar un trabajo tarde y que le bajen la nota, porque si de mayor entrega tarde la declaración de la renta le aplicarán un recargo, por mucho que diga que el banco se retrasó en enviarle el extracto de sus cuentas; así es la vida, y han de aprender a organizarse y solucionar sus problemas desde pequeños".

Los educadores también rechazan la conducta permisiva de algunos padres que justifican los fracasos o errores de los hijos ante el maestro y la escuela alegando siempre una causa exterior o bien cuestionando la dificultad de la tarea o la idoneidad de los libros, de la materia o del propio profesor.

12. Vincular las tareas a castigos "Castigado a hacer los deberes" o "hasta que no acabes de leer no podrás ver la televisión" son frases habituales en muchas casas pero que, según los educadores, deberían erradicarse. En primer lugar, explican, porque el tiempo de realizar las tareas escolares debería ser un tiempo de tranquilidad y sosiego para trabajar, no de regañinas. En segundo lugar, porque el objetivo debe ser educar a los niños en el placer de la lectura o del estudio y no convertir esas actividades en un castigo. Y, por último, porque tampoco interesa que consideren la lectura o los deberes un peaje necesario para ver la televisión, jugar a la consola o salir con los amigos.

domingo, 30 de septiembre de 2012

MÁS QUE PREMIOS Y CASTIGOS

Educar no tiene un manual de instrucciones exacto, pero saber reforzar las buenas y malas conductas y predicar con el ejemplo son los primeros pasos para encontrar el camino.

Por Jenny Moix.

EPS 30-9-2012

http://pagines.uab.cat/jennymoix/sites/pagines.uab.cat.jennymoix/files/Educar3.pdf


Mientras contemplaba a esa rata blanca con sus rojos ojos pensaba que me resultaría imposible adiestrarla. La rata debía levantarse ligeramente ante una palanca, colocar su pata encima y pulsarla hacia abajo. Parecía imposible, pero lo conseguí. Debía entrenarla para luego enseñarles a mis alumnos a lograr lo mismo con sus ratas asignadas. El objetivo consistía en que entendieran uno de los principios básicos que rige la conducta animal (humanos incluidos): el condicionamiento instrumental.

El condicionamiento instrumental se basa en que los sujetos tienen más probabilidades de repetir una determinada conducta si esta conlleva consecuencias positivas y, por el contrario, menos probabilidades de repetir las que generan consecuencias negativas.

APRENDIENDO DE LAS RATAS

"Casi todos los resultados de la experimentación animal son aplicables a los seres humanos"
(Donald 1. Whaley y Richard. W Malott)

Conseguí que la rata apretara la palanca reforzando los comportamientos que se iban aproximando a la conducta objetiva. Primero, le daba una bola de comida solo si se encontraba cerca de la palanca; luego, si ante la palanca se levantaba un poco; seguidamente, solo le dispensaba la bolita si la tocaba, y finalmente debía apretarla para conseguir su premio.
Se trata de una forma muy gradual y que requiere paciencia. La misma gradualidad y paciencia que también es necesaria cuando educamos a nuestros hijos. Es muy importante dejar de reforzar poco a poco una conducta que ya .está adquirida, antes de pasara premiar la siguiente. Igual que no debemos alabar a los niños por limpiarse los dientes correctamente si ya hace mucho tiempo que han adquirido el hábito.

La rata aprendió a apretar la palanca porque realmente la bolita de comida actuaba como reforzador. Si las bolas hubieran sido muy grandes, la rata se habría saciado enseguida y no hubiera seguido aprendiendo. En los humanos pasa exactamente lo mismo. Quizá nos equivocamos al premiar a los hijos con grandes juguetes, los estamos "saciando". Igualmente, muchos castigos son inoperantes,' sobre todo cuando se abusa de los mismos, porque acaban habituándose a ellos.

NO TODAS LAS RATAS APRENDÍAN igual, dependía de los estudiantes que actuaban como adiestradores. Algunos alumnos no conseguían que su rata avanzara. A veces, porque no reforzaban a la rata inmediatamente tras la conducta adecuada¡ otras, porque se distraían y le daban la bolita cuando no tocaba ... A los padres a veces también nos pasa lo mismo: no somos coherentes. Llegamos a casa contentos y, bajo el influjo de esa alegría, actuamos indulgentemente ante una travesura grave que comete nuestro hijo, y otro día, en cambio, nuestro humor es de perros y lo castigamos por cualquier nimiedad.

Si queríamos que la conducta de la rata se extinguiera, esto es, que dejara de apretar la palanca, solo debíamos dejar de premiar a la rata por apretar la palanca.

No obstante, una vez aprendida la conducta cuesta mucho que el animal no la vuelva a repetir nunca más. Normalmente disminuye, pero la rata, de cuando en cuando, vuelve a apretar la palanca. Y si en alguna de esas ocasiones se le vuelve a suministrar la comida, la conducta reaparece con fuerza. Si a un niño con una rabieta se le da lo que pide, no dejará de tenerlas. Por eso, es esencial dejárselo de dar y mantener el patrón, porque si un día tenemos un desliz, las rabietas vuelven a aparecer con toda su energía.

Las lecciones que nos dan las ratas pueden ir más lejos. Incluso nos enseñan cómo el amor es la mejor vía para que nuestros hijos crezcan sanos. Algunas investigaciones demuestran que las ratas con madres especialmente atentas y con comportamiento maternal desarrollado tienen más receptores para neurotransmisores que inhiben la actividad de la amígdala y menos para la hormona de estrés CRF. Esto significa que, ante situaciones estresantes, las ratas criadas "con amor" son menos reactivas y saben afrontarlas mejor.

 "Nada pasa desapercibido para los ojos de los hijos, por eso nuestro ejemplo vale más que mil disertaciones"

DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA

"Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo de educar a los niños. Ahora tengo seis hijos y ninguna teoría" John Wilmot

 siguen. Si nuestro hijo toca un enchufe, quizá le pase la corriente o quizá no. Si va saltando por la escalera, quizá caiga o quizá no... Esas consecuencias le van enseñando una cosa u otra, y los padres no controlamos la lluvia de premios y castigos que trae la vida por sí misma.

De igual forma, la fe que ponemos' en nuestros grandes discursos reflexivos es un poco ingenua. Mis hijos, cuando empiezo a hilvanar palabras profundas sobre cómo deben actuar en esta vida, suelen soltarme: "Mamá, no te pongas en plan psicóloga". Tienen razón. Las estrategias indirectas se suelen colar mejor en sus cerebros. Es probable que un mensaje captado con sus antenas, por ejemplo, algo que estamos diciendo a un amigo por teléfono, lo absorban con más intensidad que nuestras habituales peroratas. Igualmente, nada de lo que hacemos pasa desapercibido por esos ojos escrutadores, por eso nuestro ejemplo vale más que mil disertaciones.

No podemos controlar las infinitas asociaciones que llevan a cabo sus neuronas. Cómo acaban siendo nuestros hijos no depende exclusivamente de nosotros. Cuando he asistido a alguna conferencia sobre cómo educar a los hijos, siempre me parece que podría ser una madre más entregada, que no lo estoy haciendo bien del todo. ¡Y es que todo parece tan fácil! Cuando se trata de la educación de los niños se habla, obviamente, de los hijos, pero no de los padres. Parece como si los padres fuéramos una especie de concepto abstracto e idealizado que sabiendo esas reglas ya pudiéramos educar perfectamente. Lejos de eso, los padres somos de carne y hueso, con nuestras inseguridades, miedos, manías, expectativas, sufrimiento, euforias ... Y todo eso ¡no aparece en las conferencias!
Palabras recurrentes en boca de los padres son: "Si mi hijo está bien, yo estoy bien". El contagio emocional funciona en dos direcciones. Así que si buscamos la felicidad de nuestros hijos, no nos olvidemos de la nuestra.

 Carta de un hijo a todos los padres

~No me des todo lo que te pido. 
~No me grites. Te respeto menos y me enseñas a gritar a mí también. 
~No me des siempre órdenes. Si a veces me pidieras las cosas, yo lo haría más rápido ycon más gusto. 
~Cumple las promesas buenas y malas. 
~ No me compares con nadie. 
~ No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decide y mantén esa decisión. 
~ Déjame valerme por mí mismo. Si haces todo por mí, yo nunca aprenderé. 
~ Cuando haga algo malo, no me exijas que te diga el porqué. A veces, ni yo mismo lo sé. 
~Cuando estés equivocado, admítelo. Crecerá la buena opinión que tengo de ti y me enseñarás a admitir mis equivocaciones. 
~Cuando te cuente un problema mío, no me digas "no tengo tiempo para bobadas'; o "eso no tiene importancia": Trata de comprenderme y ayudarme. 
~y quiéreme. Y dímelo. A mí me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas que es necesario decírmelo.

LA BUENA EDUCACIÓN
LIBROS
Aprendiendo a ser padres. El método Kovacs: de Francisco Kovacs. Ediciones Martínez Roca. Educar niños y adolescentes en la era digit@l: de Nora Rodríguez. Editorial Paidós.