jueves, 7 de enero de 2010

Ambición educativa y cambio




http://www.lavanguardia.es/premium/epaper/20081015/53560436877.html

Salvador Cardús i Ros

El mayor obstáculo con el que se enfrenta cualquier situación de crisis es el de la resistencia al cambio. Y como nuestro sistema escolar pasa por unos momentos de grave desconfianza mutua entre los agentes que participan en él, las actitudes a la defensiva definen la principal dificultad para su mejora. En estos momentos, el sistema educativo catalán presenta una de las caras más conservadoras - poca disposición al cambio- que pueda recordarse en décadas. También es el actual clima de reproches el que provoca que los sucesivos informes que llegan a la luz pública, por muy rigurosos que sean, se reciban mal y se interpreten peor, convirtiéndose en armas arrojadizas y no en motivo de reflexión. Y digo los que salen a la luz pública, porque muy posiblemente los informes más graves están prudentemente guardados.

Quizás recuerde el lector el último informe público de la Fundació Jaume Bofill, Equitat, excel · lència i eficiència educativa a Catalunya - en realidad, un avance de resultados- realizado con los datos de PISA del 2006. El informe, impecablemente realizado por Ferran Ferrer y su equipo de investigadores, en todo momento sitúa el valor del mismo en sus justos límites. Las conclusiones se adecuan prudentemente a los datos comparativos entre los países de la OCDE, y si en alguna cosa son mesurados es en no repartir responsabilidades y limitarse a constatar realidades. Desgraciadamente, como decía, este informe tampoco parece que haya suscitado tanto el debate y la reflexión como la autodefensa y la descalificación. Y es una lástima, porque aun sin ser experto, una lectura atenta ya sugiere muchos interrogantes a los que deberíamos ser capaces de dar respuesta.

En líneas generales, y en términos comparativos, los resultados de nuestros escolares no son buenos en ninguno de los frentes analizados. Hasta ahora nos habíamos escudado de la falta de excelencia educativa en la garantía de equidad. Pero el informe muestra que si esta se sitúa, efectivamente, en la media de los países de la OCDE, en cambio, oculta desigualdades significativas por género, nivel socioeconómico y origen. Sobre los escasos niveles de excelencia ya teníamos noticia y, además, ahora se observa que, si tenemos en cuenta el nivel cultural y económico de las familias y el gasto público en educación, los resultados tampoco son, comparativamente, satisfactorios. La fuente de los datos, la metodología empleada, siempre son discutibles y mejorables, qué duda cabe, pero nadie pretende que estos midan realidades completas, sino simplemente que sirvan de aproximación comparada, y en este punto, PISA cumple bien su objetivo.
Pero vayamos a la interpretación, que es lo que importa. Lo primero que debe considerarse es que PISA no es un examen para poner nota a los maestros y profesores. Por decirlo de manera justa, es un examen a la sociedad a través de sus jóvenes de quince años. La debilidad de un sistema educativo es la debilidad de un sistema social. Y debemos aceptar que la sociedad catalana no es capaz, en estos momentos, de conseguir buenos objetivos educativos. Otra cosa es la atribución de responsabilidades, sobre lo que ni PISA ni la Fundación Jaume Bofill sugieren nada. Por decirlo con una exageración: las diferencias de resultados entre Finlandia y Catalunya ¿se deben a unos malos sistemas pedagógicos, a su mala implantación o al distinto papel que asumen los padres, a las horas que pasan juntos padres e hijos o, entre muchos otros factores, al valor objetivo - reconocimiento y sueldos- que cada sociedad ofrece según el nivel de las calificaciones y, en general, de conocimiento y preparación académica?
En segundo lugar, PISA tampoco tiene en cuenta la estructura particular de la sociedad que estudia a la hora de medir equidad, excelencia y eficiencia. Por poner un ejemplo sencillo, quizás en Catalunya existan demasiadas diferencias entre nativos y extranjeros, pero cualquier comparación debería tener en cuenta, por lo menos, cantidad, origen y tiempo que llevan aquí. En este sentido, lo que sería realmente interesante sería abundar en la comparación de países o regiones lo más parecidas a nuestra estructura interna. Así, esperamos con impaciencia el estudio completo de la Fundació Jaume Bofill por si nos pudiera proporcionar más elementos de juicio. Por ejemplo, deberíamos poder saber por qué ciertas regiones españolas consiguen mejores resultados con una proporción semejante de extranjeros, con parecido nivel socioeconómico o similar gasto público en educación. Y, ¿por qué no estudiar las razones de los altos índices de fracaso escolar en California? O, ¿por qué no estar atentos a los resultados de la reciente iniciativa francesa, que organizó una operación popular bajo el título de "Primera jornada de rechazo al fracaso escolar", que afecta a uno de cada cinco escolares de nuestro país vecino?

No nos engañemos: cuando hablamos de crisis del sistema educativo no sólo estamos hablando de escuelas, de maestros y de sus sindicatos. De manera que, ni aquellos se sientan agredidos, ni el resto nos sintamos librados de responsabilidad. Mientras todo el mundo crea que ya hace lo que debe y que la culpa es de los demás, seguiremos en el mal camino. Una mayor ambición educativa exigirá cambios profundos a todos los actores: administración, profesionales, padres y madres, empresas y medios de comunicación. ¿Estamos dispuestos a ello, o vamos a seguir cómodamente en la lamentación y resistiendo ante cualquier cambio?
salvador. cardus@ uab. cat

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